Capitulo 9: Disculpas.

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El domingo pasó rápido.

Como ya había adelantado toda la tarea la noche anterior, no tenía más nada que hacer ni amigos a quienes llamar, así que me la pasé mirando pelis, leyendo un libro nuevo que me había comprado hacía poco, y ayudando a mi madre con la limpieza de la casa.

El lunes no tardó en llegar, y eso significaba colegio...

¿Landon y su equipo sabrían acerca de todo lo que había pasado el viernes? Esperaba que no, porque si sabían, tendrían otra razón por la cual hacer de nuestra secundaria una porquería.

Me levanté a cuestas, luchando contra la idea de faltar a clase y evitar cualquier inconveniente de uniforme deportivo. Sin embargo, no era buena idea a menos que quisiera darle una razón más a mi madre para justificar su angustia. Y ya bastante difícil era fingir que las cosas me afectaban tanto menos de lo que realmente lo hacían, como para agregar más leña al fuego.

Me preparé para salir, sin esforzarme mucho en mi apariencia, y bajé a desayunar. Bueno, a morder un pedazo de tostada que había sobre la mesa, preparada por mi mamá antes de irse al hospital, y comenzar a preparar mi café a la misma vez que guardaba mi cuaderno, mis libros y demás para el colegio.

Como de costumbre, ya estaba tarde.

El agua ya estaba lista y sólo debía ponerle dos cucharadas de café instantáneo, tapar mi termo y correr varias cuadras mientras tomaba mi café.

Debía, pero admito que caminé a paso alentado, disfrutando de la música y atrasando la entrada a la escuela, todo lo que pude.

***

Llegué a tiempo para la clase de biología, dictada por el profesor Collins, mi profesor favorito, y una de las pocas personas por las cuales los lunes valían la pena.

Sin ser notada por mis compañeros de clase, gracias a todo el alboroto que estaban provocando en ausencia de una figura responsable, me senté en el banco de la primera fila, en dónde casi nadie se sentaba, y esperé. Mientras tanto, leía mi libro, uno de trescientas páginas acerca de un ladrón que conoce a una joven rica y la utiliza e ilusiona para robarle y poder comer, pero de a poco se va enamorando de ella.

Un libro muy bonito, y algo con qué desconectarme cuando lo sintiera necesario (lo cual era muy seguido).

Mi primo no tenía ninguna clase de las que yo tenía ese día, así que con él podría hablar en los recreos nada más, si es que le hablaba, porque seguía algo enojada con ese chismoso.

Ese sería un día normal, un día solitario, tratando de evitar problemas.

El profesor Collins llegó unos quince minutos más tarde de que el timbre sonara, algo habitual en él. Y algo con lo que yo bien me podía identificar.

Era un hombre de mediana edad, pelo apenas canoso y un poco largo (al menos el largo suficiente como para llevarlo peinado hacia atrás con gel).

No podían faltar sus anteojos de marco grueso y negro que agrandaban sus ojos color miel.

Era alto, pero algo encorvado, flaco, y vestido siempre de ropa formal. Pero lo que lo caracterizaba era su renguear. Hacía un año y medio, el señor Collins había sufrido un accidente y había sido operado de su pierna derecha, provocando que arrastrara un poco ésta al caminar.

Era una de mis personas favoritas de la escuela, y una de las razones era porque sabía tratar con adolescentes.

—Buenos días. Abran sus libros en la página cientouno —dijo apenas abrió la puerta del salón, comenzando la clase.

El Desfile de los Corazones SilenciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora