Capítulo 45: La Indecisión de Jesse

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  Jesse's POV

  Intenté una vez más que el motor encendiera, pero lo único que obtuve fue un ruido poco alentador indicándome que no habría manera.

  Saqué las llaves y suspiré exasperado. Giré hacia Emma y le sonreí con culpa al mismo tiempo que le pedía disculpas por no poder manejar hasta la tienda/taller.

  —Caminar no nos matará, Jess —sonrió ella, rodando los ojos y bajando de la camioneta. Trabé las puertas al salir de ella, guardé las llaves en mi mochila y alcancé a la rubia que me esperaba a la salida del estacionamiento de la escuela para irnos caminando treinta cuadras, con bicicleta en mano y el cansancio de todo un día de escuela —. ¿Qué harás con la camioneta? —Preguntó cuando comenzamos a andar en dirección a nuestro destino.

  —Tendré que dejarla aquí y mañana intentaré trabajar en ella luego de clases, o llamaré a una grúa —repliqué aún frustrado por la situación.

  Ella asintió, ofreciendo quedarse conmigo para no tener que hacerlo solo, lo cual me puso más ansioso de lo que se notó, pero no aceptó mi, debo admitir, falsa modestia, e insistió en que era lo mismo que yo estaba haciendo por ella esa tarde.

  Resoplé en lo que fue una breve risa, y luego dejamos de concentrarnos en mi pobre Cherokee que, al parecer, requería más trabajo del que mi viejo y yo le habíamos puesto.

  Eran las seis de la tarde, y caminar hasta allí nos iba a tomar como cuarenta minutos a pie, y cualquier transporte público no era opción, ya que, el colectivo tardaba media hora en llegar y, con el tráfico que se armaba a esa hora, nos llevaría unos cuarenta minutos más llegar; el subte iba tan lleno que nos sofocaríamos, y la idea era llegar vivos. En cuanto al tren, debíamos tomarnos un colectivo hasta el ramal que nos llevaba para luego ir sólo una estación, no lo valía. Nuestra única solución era a pie.

  En el camino nos compramos pretzels y café ya que el hambre nos ganó. Seguimos nuestro camino hacia el taller a ritmo lento para que lo que comíamos no nos cayera mal. Lo malo era que así estábamos perdiendo un poco más de tiempo del que habíamos pensado, pero sinceramente, no me importaba, era una excusa más para pasar tiempo con ella.

  Su celular comenzó a sonar en cuanto el reloj marcó las seis y media de la tarde. Era su mamá, preocupada por saber dónde estaba.

  Luego de que cortó, retomamos la conversación que veníamos teniendo desde que habíamos salido de la escuela.

  —No entiendo por qué debería elegir diez cosas para hacer. Si tuviera poco tiempo de vida, haría la mayor cantidad de cosas posibles —volví a quejarme cuando ella preguntó por enésima vez, ahora con exasperación.

  —Es una situación hipotética y esas son las reglas. Sólo puedes elegir esa cantidad de cosas para hacer —suspiró, pero aunque ella tratara de disimularlo, podía notar que algo de gracia le causaba lo negado que estaba por responder.

  —Dime tú. Si lo haces, te juro que te digo mi lista.

  —¡Eso no vale! Yo pregunté primero y te advertí que sólo cuando supiera tu respuesta, revelaría mi lista —exclamó con gracia, colocando sus manos en la cintura para exagerar su indignación.

  —Pero necesito alguna referencia acerca de qué clase de respuesta estás buscando —respondí, tratando de exasperarla aún más. Era divertido verla eufórica.

  —Eres imposible, teñido —bufó rodando los ojos y resoplando.

  —¿Entonces te rindes? Pensé que querrías intercambiar listas —curioseé, llevándome la mano al mentón en señal de estar pensando.

El Desfile de los Corazones SilenciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora