Capítulo 4: Pizza y serie.

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   Emma's POV

  El resto del día fue bastante normal. Mi primo no insistió más con el tema de los bravucones y siguió al pie de la letra mis instrucciones sobre cómo sobrevivir a su primer día.

En cuanto a Alex y su grupo, ellos no volvieron a molestarnos, al menos no por el resto del día.

Cuando el timbre sonó, marcando el fin de hora, todos salimos corriendo de las aulas, llenando los pasillos de calor humano.

Acompañé a Flynn para que guardara sus cosas en su casillero y luego yo haría lo mismo.

  —¿Quieres venir a cenar a casa? A mamá le gustaría verte —le dije, apoyada contra una de las taquillas, observando cómo él guardaba sus cosas en la suya.

  —Me gustaría primita, pero todavía tengo que terminar de desempacar y todo el trámite...

  Levanté mis hombros, ladeé mi labio, y no dije más nada. Mi primo cerró su casillero y comenzó a caminar en dirección a la biblioteca, pero no llegó muy lejos antes de chocarse contra alguien.

  —¿¡Acaso no te fijas por dónde vas!? ¿Por qué usas anteojos si aún así no puedes ver? —Le preguntó esa persona enojada... Poppy...

  —Lo siento... ¿Estás bien? —Le preguntó él, apenado, mientras acomodaba sus gafas, que se habían torcido con el impacto.

  —¿Te parece que estoy bien, cuatro ojos? —Volvió a gruñir ella.

  —Lo sentimos, de veras —interrumpí esta horrible conversación que no llegaría a ninguna parte, tratando de calmar a la mini fiera dentro de la pelirroja, quien ahora me miraba intimidante sin decir nada.

  Luego, volvió a hablar, pero menos enfadada.

  —A ti te conozco... Eres la chica de la pileta ¿verdad? —Preguntó sacando algo de su bolso de color verde militar. Uno de esos folletos de mí casi desnuda...

  Mi primo me miró preocupado y luego a ella enfadado, pero Poppy sonrió divertida.

  —Tranquilo cuatro ojos, éste lo salvé de las garras de Eric hace varias semanas —rió con ese aire sarcástico que siempre llevaba consigo —. Toma. —Me dijo finalmente y bruscamente me dio el papel, yéndose luego, sin siquiera mirarnos.

Mi primo y yo intercambiamos miradas incómodas sin saber qué decir. Rompí el papel en mil pedazos, lo tiré a la basura y luego caminamos hacia mi casillero.

—¿Quién era ella? —Preguntó él, extrañado y sorprendido, aunque no lo pude culpar, ya que esa chica tenía un carácter muy particular.

—Ella era Poppy Evans, la mini fiera de la escuela, aunque no en el mismo sentido que los deportistas... —contesté yo mordiéndome el labio inferior, costumbre que tenia cada vez que me sentía nerviosa, asustada, o algo por el estilo.

  Dicho aquello, mi primo cambió totalmente de tema, a uno que me dejó más inquieta aún. 

  —Voy a hacer algo al respecto, no puede ser que nadie diga nada acerca del abuso escolar que existe aquí.

  Oírlo decir aquello me hizo saltar en seguida en su contra. 

  —Ni te atrevas a abrir la boca a menos que quieras tu propio folleto en las paredes, créeme, suena lindo pero no lo es, ni un poco.

—¿Y qué piensas que se debe hacer? Quedarte callada no te ayudará en nada—contestó enojado.

  —Pues por el momento mejor nos quedamos así... Prométeme que no harás nada.

Él me miró de mala gana pero yo le insistí en que me lo prometiera y al final, tuvo que hacerlo. Al menos uno de nosotros estaba fuera de peligro... Por ahora.

En fin, llegamos a mi casillero y yo guardé mis cosas mientras mi primo trataba de sacar tema, pero sin éxito.

 A veces soy la peor persona en el mundo a la hora de hablar y entablar una relación social.

  Entonces su celular sonó, interrumpiendo su parloteo. Cuando terminó de contestar el mensaje, me pidió perdón y se fue antes de que yo pudiera preguntarle qué ocurría.

  Suspiré exhausta y cerré mi taquilla para irme por fin de la escuela, luego de una mediocre primer semana de clases. 

  Giré hacia mi derecha, mirando hacia abajo para colgarme el bolso del hombro, y cuando levanté mi vista, estaba a muy pocos centímetros de chocarme con Jesse Sanders, pero milagrosamente, me di cuenta antes del catastrófico impacto.

  —Alguien está muy apurada hoy —sonrió él, dando un paso hacia atrás.

—D-Disculpa —tartamudeé, como de costumbre a la hora de hablar con otras personas.

Él sonrió aún más, y luego me dejó pasar. Lo saludé con la mano y me fui rápidamente de allí, maldiciéndome a mí misma por mis extraordinarias capacidades para sociabilizar.

  Bien hecho Emma, tu tartamudeo es cada vez más elegante...

***

  Llegué a mi casa a eso de las cinco de la tarde y me fui directo a mi habitación, ya que mi madre estaba en el hospital y no volvería hasta alrededor de las doce de la noche.

Tiré mi bolso en el pequeño sillón junto a la puerta y me tiré sobre mi acolchonada y cómoda cama.

  La luz del sol entraba por el gran ventanal, iluminando toda mi habitación, y ahora pegándome directamente en los ojos. Coloqué mi mano delante de mi rostro y empecé a abrir y cerrar los dedos para observar cómo los rayos de sol la atravesaban. Estuve así como por quince minutos hasta que me agarró hambre.

  Aunque me daba flojera levantarme, me decidí por bajar a mirar "Friends", la mejor serie que existió, existe y existirá, y merendar, o sino mi estómago no me lo perdonaría.

   Había visto todas las temporadas de esa serie, mil veces, y aún así no me cansaba, y jamás lo haría.

  Dicho y hecho. Con mi café en mano, mis tostadas con queso en la mesita ratona frente a mí, y el control remoto en mi otra mano, me preparé para unos cuantos capítulos para reír sin parar. 

   De acuerdo... Quizá me sobrepasé... Cuando quise darme cuenta, ya eran las diez de la noche. 

  Mi madre no vendría hasta pasadas las doce y yo tenía que cenar. Me daba demasiada pereza cocinar.

   Como vaga que soy, levanté el teléfono que estaba en la mesita junto al sillón, y marqué el número de la pizzería que estaba a unas cuadras de mi casa.

  —Hola, buenas noches, Pizzería de Tonny, la mejor de la ciudad —contestó una voz profunda.

  —Hola Tonny... ¿Muchos clientes hoy? —Pregunté sonriente.

—¡Emma! Déjame adivinar, una mediana de mozzarella, cortada en ocho porciones... Te la enviaré apenas esté lista.

  —Gracias Tonny.

  —Mándale saludos a tu madre, dile que espero verla pronto por aquí —contestó él.

  Era notorio que su relación con mi madre no era sólo de cliente y vendedor. ¿Cómo no? Clarisse no era una persona fácil de ignorar, y yo estaba completamente a favor. Tonny era una de las mejores personas que conocía en esta ciudad.

  —Yo le digo —sonreí aunque él no pudiera verme —. Adiós, saludos por allá.

Corté y continué con mi maratón de Friends por Netflix.

  Un rato después, tocaron el timbre. ¡Mi pizza!

Pausé la serie y corrí a abrir, hecha el mayor desastre que se podría ser, con una bata para dormir color rosa, abierta, una remera enorme que me llegaba hasta por debajo de unos shorts blancos que apenas se veían. Estaba descalza, y mi pelo atado en una cola de caballo con mechones sueltos que me hacían ver más desprolija. Pero estaba en casa, a punto de cenar, no me iba a poner guapa para eso. 

 Aunque, viendo quién se encontraba en la puerta, hubiese sido lo mejor...

El Desfile de los Corazones SilenciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora