Capítulo 50: Palabras Que No Se Pueden Echar Para Atrás

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Poppy rodó los ojos, agarró sus cosas, más la mochila del deportista, a pesar de las quejas de éste, y bajó hasta donde estaba el adulto, pisando los papeles sueltos de Jesse al pasar junto a él. Pero en vez de detenerse a hablar con el profesor, como se le estaba pidiendo, siguió de largo hacia adentro de la institución, sin siquiera voltear a vernos, tirando la mochila que no le pertenecía, en el tacho de basura más lejos de dónde estábamos.

Todos bajamos a ayudar a Jesse a juntar sus cosas, inclusive el adulto, quien explicó que había venido para avisarnos que éramos necesitados en el patio principal al tocar el timbre, para alistar todo para la kermés.

Claro que no le prestamos mucha atención, pues estábamos ocupados con el gran desastre hecho por Paola con los papeles del teñido.

Él quiso decirme algo, pero ni lo dejé. Aunque Poppy no era buena para reaccionar ante bromas, bien merecido lo tenían estos dos por querer jugar con fuego.

Terminé de juntar y guardar en orden, toda la carpeta de matemática, y le di todo lo que había podido recuperar de literatura.

Los demás le alcanzaron todo lo que juntaron de las otras clases y luego se quedaron allí, sin hacer más nada.

Jack fue a buscar su mochila, y volvió revisando que todo estuviese allí. Su reacción al ver que uno de sus cuadernos faltaba, alterándose, me puso aún más furiosa.

—Voy a hablar con Poppy —sentencié. Claro que mi enojo pasaba desapercibido para los demás, o era interpretado como una mueca ridícula.

No era buena enojándome con los demás. Lo hacía, pero no era buena en ese trabajo.

Jess se paró junto a mí y me siguió a lo largo de todo el patio, arrastrando a Jack con nosotros.

—¡Vamos, Emma! Ella siempre se enoja así con nosotros —trató de excusarse, pero yo me detuve y los miré lo más seria que pude.

—Para el próximo recreo vamos a volver a pelear por otra estupidez, como, ¡¿dónde está mi cuaderno?! —Acotó el castaño.

No sé cómo el estar bañado en café de su desayuno, no le daba una pista de cómo se había sentido Poppy frente a la situación.

Claramente, necesitaban clases de empatía. 

—Hay una gran diferencia notable entre una persona que se está divirtiendo con cierta situación, y alguien que realmente está irritando por ella. Adivinen cuál de las dos opciones encaja mejor con lo que pasó hoy —sonreí sarcásticamente (aprendiendo de la mejor, claramente), y yéndome de allí sin siquiera dejar que respondiera, pues, mi punto, que era lo primordial en esa conversación, había sido entendido.

—¿¡Al menos podemos hablar luego del recreo?! —Gritó Sanders cuando yo ya estaba lo suficientemente lejos como para no escucharlo de otra forma.

—¡Voy a estar ocupada haciendo de psicóloga! —Respondí mirando sobre mi hombro para no ser descortés e ignorarlo.

Encontré a mi amiga, sentada en una de las mesas vacías de la cafetería, con su cuaderno abierto sobre ella, y su mirada clavada en lo que fuera que estaba escrito en éste.

Al escuchar mis pasos, lo cerró en seguida, pero al ver que se trataba de mí, su cuerpo se relajó y esbozó una media sonrisa apenas visible.

—Espero que el señor Monroe no se quede con el rencor por haberlo ignorado —soltó ella con algo de ironía, haciéndome un lugar junto a ella, para que me sentara.

—No creo. Su elegancia no lo dejaría —bromeé. Era un hombre muy correcto, siempre vistiendo de traje elegante e impecable, y aunque estricto en cuanto a enseñanza, se lo quería por su buena disposición hacia los alumnos, sus consejos cuando se recurría a él, y su entusiasmo por enseñar. Y, aunque esto no tiene nada que ver, los treinta le sentaban muy bien —. En todo caso, si te hace hacer trabajos extras por la falta de respeto, la buena noticia es que pasarías más tiempo cerca de ese acento inglés —terminé riendo, haciendo que a ella también se le escaparan un par de carcajadas.

El Desfile de los Corazones SilenciadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora