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-Ah, mira –dijo él mirando su reloj y poniéndose en pie-, es hora de tus medicinas.

Eva lo vio abrir uno de los cajones de su mesa de noche y sacar de él unas pastillas. Sirvió un vaso del agua de una jarra de cristal y se lo pasó. Eva lo recibió y lo bebió.

-Eso sólo son analgésicos.

-Es para tu dolor de cabeza.

-¿Pero no hay nada más? Algo que me ayude a recordar.

-Dudo que haya medicina para eso. El médico dice que sólo debemos esperar, dejar que el tiempo pase. Tu cerebro físicamente está bien, ningún estudio ha presentado anomalías.

-¿Entonces?

-Esperar –le sonrió él.

-¿Solamente esperar?

-Sí. No tenemos más opciones. Tus recuerdos tal vez lleguen por sí mismos.

-¿Y si... y si nunca recuerdo? ¿Y si estos doce años para mí nunca llegan a existir? –él tragó saliva, como si la posibilidad lo aterrara.

-Entonces tendré que construir una nueva vida contigo, con o sin recuerdos. Así me toque empezar de cero, porque te amo-. Ante tal declaración, Eva elevó sus cejas arrugando su entrecejo, sintiendo algo muy dentro, una mezcla de sentimientos que le hacían sentir algo que nunca antes había experimentado. Dolor y placer al tiempo. Era extraño.

No pudo decir nada, sólo cerró sus ojos y miró a otro lado, y entonces sintió el beso de él en su mejilla.

-No tengas miedo –le pidió él cuando ella se tensionó-. Nunca te haría daño. Confía en mí.

Ella giró de nuevo su cabeza a él, tan cerca, y pudo sentir su aroma.

Él olía bien. Su tacto se sentía bien, y tuvo la tentación de elevar las manos a su mejilla para sentir la aspereza de su barba.

Sí, tócame, deseó Derek. Hacía tanto tiempo que no lo hacía, y fue tan evidente el deseo de ella de tocarlo, tal y como lo había sido cada vez en el pasado, que la respiración se le agitó de pura alegría. Antes, cuando ella era la antigua Eva y él la besaba conquistándola para obtener una caricia o algo más, los ojos verdes de ella se oscurecían con anticipación, humedecía sus labios y en esos momentos él se sumergía en ella, porque era su fuente, su sombra y su luz. Sólo ella, Eva. Pero esta no era la misma Eva. Ella era aún una adolescente con miedo de todo, asustada de todo, viviendo demasiadas cosas al tiempo.

Dolía pensar que él a ella la conocía tan bien, y que en cambio él para ella era un completo desconocido...

-Lauren me contó que... que Amanda y tú... -él no dijo nada esperando a que ella completara sus ideas. Eva se mordió los labios-. Amanda y tú nunca fueron nada.

-Es así.

-Fue una mentira-. Él se encogió de hombros.

-Ya quedó en el pasado.

-Para mí es tan reciente-. Derek sonrió, y volvió a besar su mejilla, y éste beso se pareció mucho al primer beso que le diera, allá en la clínica, cuando creyó que era un doctor abusador.

Era como si él tuviese todo el derecho de besarla, de marcarla.

Y tal vez lo tuviese, pues era su esposo. Un día, ella había jurado ante un altar amarlo hasta la muerte, aunque eso la asustara ahora.

Hasta la muerte podía ser mucho tiempo si se era infeliz.

-¿Quieres que te cuente mi versión de la historia? –dijo él sin alejarse de ella. Eva sonrió.

Yo NO te olvidaré®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora