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-Hoy iré a la oficina –le dijo Derek a Eva temprano en la mañana. Ella lo miró con el ceño un poco fruncido, extrañada. No había imaginado que hoy él decidiese hacerlo; tal vez los cambios se debían a lo que le había contado anoche.

Por otro lado, él estaba un poco distante hoy. No la miraba a los ojos al hablarle, tal como había sido en el pasado, y su anuncio de que iría hoy a trabajar parecía una excusa para poner espacio en medio de los dos.

-Ah... bueno –dijo en voz baja. Tal vez se estaba imaginando todo, se dijo. Él no había cambiado anoche, cuando se lo contó. Por el contrario, fue tierno como siempre, la escuchó largo rato y se quedaron dormidos uno en brazos de otro.

-Iré en parte porque... quiero vigilar de cerca a Anthony –agregó él ajustándose el puño de la camisa. No llevaba chaqueta, ni nada más encima, sólo la tela de la camisa sin cuello que le sentaba muy bien. Eva asintió agitando su cabeza.

-Bue-bueno... ten cuidado, por favor-. Él se acercó a ella y le besó fugazmente los labios, pero Eva le tomó el brazo y lo detuvo-. ¿Está todo bien?

Ante esa pregunta, Derek sólo la miró fijamente, con mil preguntas dándole vueltas en la cabeza. La voz de ella parecía un poco preocupada, su rostro lucía como si en vez de irse por unas horas, fuera a tardar años fuera. Ese rostro, esos ojos, esa piel, todo eso lo había considerado suyo en exclusiva todos estos años. Eva era suya, la amaba demasiado y el pensar siquiera que otro pudo haber posado sus manos sobre ella era una tortura intolerable.

Anoche le había creído. Ella nunca le había sido infiel, lo creía fielmente. Pero tal vez luego su subconsciente la había traicionado.

¿Qué soñabas anoche?, quiso preguntarle. ¿Era un sueño? ¿Era un recuerdo del que ahora no hablas porque tienes miedo? ¿Qué pasa por tu mente ahora?, pero sólo le sonrió sacudiendo un poco su cabeza.

-Todo está bien –mintió. Ella lo vio darle de nuevo la espalda y alejarse de la mesa de desayuno en la que había estado con los niños antes de que se fueran a la escuela, y ahora él se iba también con esta actitud que no le auguraba nada bueno, dejándola tan sola en esta casa enorme, tan sin él...

Se puso en pie y lo siguió.

-¡Derek! –lo llamó, pero él o no la escuchó o simplemente la ignoró-. ¡Derek! –llamó más fuerte. Él siguió avanzando, y ahora ella sabía que la estaba ignorando. Era imposible que a esa distancia, y dentro de la casa, él no escuchase que lo estaba llamando. La estaba ignorando, le estaba dando la espalda y yéndose. ¿Por qué? ¿Había salido todo mal? ¿Había cometido un error al contarle todo anoche?

Debió callarse, pero su estúpida intuición le había dicho que él le creería, porque la conocía mejor que nadie, porque sabría al igual que ella que habría sido imposible que ella, Eva Herrera, hiciera algo así.

-Derek, por favor... -llamó con los ojos llenos de lágrimas, sintiendo una gran pérdida, y encontrando que ese dolor era simplemente insoportable. No tenía mucho sentido ser quien era ahora, ser Eva Sinclair, si no tenía a la persona con la que había llegado aquí, ¿qué haría? ¿A dónde volvería?

Y de repente, un fuerte pinchazo en la cabeza le hizo ver todo blanco. Gimió de dolor y no alcanzó a sostenerse de ninguna cosa alrededor, así que cayó al suelo.

Cuando abrió los ojos, estaba en el sofá, mirando hacia el techo, y en su campo de visión entró el rostro de Derek.

-Volviste –dijo él dejando salir el aire de puro alivio y apoyando su cabeza en el hombro de ella-. Dios, Eva. Volviste.

Yo NO te olvidaré®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora