CAPÍTULO 4

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04|NI PREGUNTES

David

La chica a la que acabo de conocer, y de la cual no me acuerdo ni de su nombre, me guía por los pasillos de la casa de la fraternidad. Nos tropezamos con cientos de personas mientras vamos caminando y me doy cuenta de que muchas chicas no quitan la mirada de encima de nosotros dos, pero sobre todo cuchichean cuando pasamos por su lado con la mirada fija en nuestras manos entrelazadas. No le doy importancia a lo que la gente piense. Supongo que ella es una de las nuevas que se inicia en esto, ya que parece conocerse la casa como la palma de su mano, de una punta a la otra. Finalmente, después de haber recorrido un largo pasillo, terminamos adentrándonos en una habitación.

—Este es mi dormitorio —me informa ella cerrando la puerta y encendiendo la luz.

Se deja caer de espaldas sobre la puerta, dejando todo el peso sobre ella.

—¿Cómo decías que te llamabas? —le pregunto rascándome la nuca.

Esto puede ser el fin de esta noche. Una de dos, o me echa de la habitación a patadas porque le ha molestado que no me acuerde de cómo se llama, o me lo dice de nuevo sin darle importancia.

Peligrosamente se va acercando hacia mí, con un estilo poco casual. Camina cruzando las piernas de una manera sensual de un lado al otro hasta que se sienta en el borde de la cama, haciendo así que la falda que lleva puesta deje gran parte de sus muslos al descubierto. Dejando a la imaginación mucho que desear. Creo que la temperatura dentro de esta habitación está aumentando sus grados, o simplemente es mi cuerpo el que está tomando calor.

—Nerea —contesta de forma serena.

Sonrío sacando una sonrisa de medio lado, sé lo mucho que les gusta a las chicas y por eso lo hago. Al parecer este no va a ser el fin de esta noche.

—¿Y de qué podemos a hablar? —pregunta cruzando las piernas, una encima de la otra.

La tal Nerea parece inocente, pero siempre las más inocentes son las más pecadoras.

—Si te digo la verdad, yo tenía en mente otros planes... —le digo sin rodeos.

Me siento a su lado. Ella sonríe de una manera tímida y yo me inclino hacia su cuello, dejando un leve beso sobre el mismo.

—No puedo —dice ella con la voz entre cortada dejando escapar una risa nerviosa.

Su respiración se está volviendo superficial, y es por mí culpa. Yo la estoy provocando. Me gusta saber que está así por mí.

—No suenas muy convincente... —susurro cerca de su oído y luego vuelvo a dejarle un beso en el cuello.

Su piel se eriza al sentir el tacto de mis labios sobre su piel, y una tienda de campaña comienza a hacerse presente en mi entrepierna.

La primera vez con mi peor enemiga.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora