Capítulo 35. Pruebas

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David

Esto de leer se ha convertido en una adicción, obsesión, o como queráis llamarlo. ¿Quién dijo que leer era aburrido?

Quien lo diga, miente. Por fin me han quitado la escayola y por fin he acabado el libro que me dejó Alex en menos de seis días. El jodido casi me ha durado una semana. Lo cierto es que he estado bastante liado. He tenido que ir haciendo hueco de donde no lo había para poder leer durante unos diez minutos, o al menos poder leer un capítulo, como mucho dos al día. Llevo con la mosca detrás de la oreja desde que lo finalicé. ¿Y por qué? Porque quiero saber cómo continuará. He intentado contactar con Alex para devolvérselo cuanto antes, así me dejará la segunda parte, pero al parecer anda liada y ahora no está en casa. Aunque esto último me da igual, siempre voy sin avisar y casi siempre da la casualidad de que se encuentra alguien en casa, sobre todo Gonzalo, que me recibe cada vez que llamo. Y por eso mismo, ahora estoy frente a la puerta de su apartamento. Llevo llamando al timbre esperando a que alguien me abra desde hace más o menos seis o siete minutos, pero aun así nadie aparece. ¿Es qué hoy han decidido que no haya nadie en casa? Pienso algo rápido, necesito el segundo libro ya. En las películas siempre suelen dejar una llave de repuesto sobre el marco de la puerta, o bajo el felpudo, así que miro en ambos sitios con la esperanza de encontrar algo, aunque el resultado es negativo. No encuentro nada, ni tan siquiera una mísera pelusa bajo el felpudo. Una idea un poco macabra me viene de repente, aunque creo que esta puede resultar una auténtica locura.

Camino con decisión hacia la puerta en la que pone "B", recordando que la "C" es la del jugador de hockey, de quién no me acuerdo de su nombre, que me animó a unirme a su equipo. Con la misma decisión con la que me he dirigido hacia aquí llamo al timbre de la puerta "B" y espero impaciente a que me abran. Mi mayor defecto creo que es la impaciencia que tengo con todo y con todos. Si quiero algo lo necesito al segundo. Por suerte la puerta se abre de repente y alguien frente a mí grita:

—¿Alguna de ustedes ha pedido un stripper?

Mis ojos se abren de par en par al ver a una chica sosteniendo la puerta y a un par, o mejor dicho a unas cuantas cabecillas más asomadas por una de las puertas del largo pasillo que componen este apartamento. ¿Es que acaso la séptima planta se trata de la planta de los estudiantes?

—Hola —saludo—. Me preguntaba si...

—¡Chico guapo a la vista! —escucho que grita una voz femenina de fondo y me corta el rollo.

—Voy a ir directamente al grano. ¿Me dejáis que salte de vuestro balcón al del vecino? —le pregunto a la chica que está frente a mí—. Resulta que mi amigo es bastante despistado, así que se ha dejado las llaves y no podemos entrar —les miento.

—¿Y dónde está tú amigo? ¿Es tan guapo como tú? —pregunta descaradamente echándome una ojeada de pies a cabeza sin disimulo alguno.

¡Niñitas a la vista! grita mi vocecilla interior.

—¡Puedes pasar! —grita otra chica desde el interior.

Gesticulando un gracias me abro paso y camino mientras miro a todos lados por el pasillo. Pensé que la estructura del apartamento sería el mismo, pero al parecer estaba equivocado. Cuatro chicas me saludan cuando llego al salón.

—¿Cómo te llamas? —pregunta una.

—Samuel —miento con el primer nombre que se me viene a la cabeza.

Acabo de mentir con el nombre del amigo del protagonista del libro que me he leído.

—¿Cuántos años tienes? —dice otra.

La primera vez con mi peor enemiga.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora