Capítulo 31. ¿Hablas de Alex verdad?

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David

—Feliz cumpleaños... —oigo su voz en un susurro.

Segundos más tarde noto un cálido beso sobre mi frente y abro mis ojos perezoso, pero no consigo ver absolutamente nada. Todo está oscuro, y lo poco que consigo divisar lo veo borroso. Una sombra con la silueta de una chica está parada justo a los pies de mi cama. ¿Alex? Luego todo es negro, y más tarde despierto sobresaltado buscando su cuerpo a mi lado, pero este no está. El sonido del menaje de la cocina me pone alerta. Seguro que mamá ya está haciendo de las suyas, solo espero que este año no se le ocurra darme la sorpresa de todos los años entrando a la habitación, o se llevará una gran sorpresa. A mamá la escucho hablar con alguien. Seguro que ese alguien se trata de Alex. Con rapidez me deshago de las sábanas, y un escalofrío recorre mi cuerpo de arriba abajo. Sigo desnudo. Alcanzo lo primero que consigo y me visto para luego salir disparado hacia el piso de abajo, en concreto hasta la cocina. Allí encuentro a mamá haciendo una tarta de galletas de chocolate mientras está hablando por teléfono con alguien, lo que significa que ese alguien no se trataba de Alex. Miro de un lado hacia otro buscándola desesperado, dándome cuenta así de que ella no está aquí.

—Buenos días, o más bien buenas tardes —dice mamá al verme entrar, y una vez que suelta el teléfono inalámbrico de casa encima de la encimera—. ¿Crees que es normal levantarse a esta hora?

—¿Qué hora es? —le pregunto con la voz ronca de recién levantado mientras doy larga a un enorme bostezo.

—Las tres de la tarde dormilón —me informa dándome un chorlito en la cabeza.

Me froto los ojos y me desperezo ante mamá, quien me mira mal cuando lo hago. Sé que es una falta de respeto hacerlo delante de la gente, pero no he podido remediarlo. Cada hueso de mi cuerpo cruje cuando lo hago, y después de eso por fin me siento relajado.

—Felicidades cariño —me desea mamá acercándose a mí.

Estrujándome la cara entre sus manos va dejando varios besos sonoros en ambas de mis mejillas.

—Gracias mamá —le agradezco entre besos—. Por casualidad... ¿Has visto a Alex? —pregunto con curiosidad.

Ella asiente con la cabeza y vuelve a su tarea de seguir haciendo la tarta de galletas.

—¿Qué tal lo pasasteis anoche? —me pregunta mirándome de reojo.

La veo sonriendo. Mis ojos se abren de par en par por la sorpresa que me llevo. Trago saliva con dificultad y me dispongo a responder. ¿Acaso mamá nos escuchó? Espero que no, las paredes de casa están hechas con ladrillos macizos y no con las paredes habituales de los pisos, esas que parecen papelillos de fumar.

—Eh... —murmuro—. Bi-Bien... —contesto con tartamudez—. Y... ¿Dónde está Alex si dices que la has visto? —le pregunto mirando de nuevo de lado a lado por si casualidad ha aparecido.

—La vi salir temprano, justo cinco minutos después de que tu padre se fuese a trabajar —me cuenta mamá arrugando la nariz—. Me dijo que tenía que salir a llamar por teléfono y a resolver algunos asuntos que tenía pendiente, luego se despidió de mí —sigue diciendo—. Es una muchacha muy simpática, como ya te dije... Me gusta —me recuerda.

Pongo los ojos en blanco, y me dirijo hacia uno de los taburetes que tenemos justo al frente de la barra americana de la cocina. Espero que no me dé la típica charla de madre a hijo esa que consiste en: "Céntrate en esta, merece la pena". Me siento en uno de los taburetes y me quedo en silencio pensativo, mientras miro como mamá me calienta el almuerzo y me lo sirve. Le doy las gracias y miro el plato embobado mientras no paro de darles vueltas a la cabeza una y otra vez. Odio cumplir tal día como hoy: veintiocho de diciembre, el día de los inocentes. ¿Y si mamá me está tomando el pelo y Alex me está preparando alguna sorpresa junto a mis amigos? Quiero creer que solo se trata de eso. Porque... ¿Quién sale de casa para hacer una simple llamada que podría hacer perfectamente dentro? ¿Y qué asuntos se supone que debe arreglar? No me ha contado absolutamente nada, y en todo esto hay algo que no me termina de cuadrar. Ayer por la noche quedó todo aclarado entre ambos. Nuestros sentimientos salieron a flote, por fin después de tanto estos vieron la luz que tanto ansiaban. Ambos nos reconciliamos entre besos y caricias, y quedó bastante claro que los dos nos queremos, que los dos nos amamos...

La primera vez con mi peor enemiga.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora