Epílogo.

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Las probabilidades de sobrevivir a un trasplante de médula no siempre son positivos, ya que no todos los pacientes son capaces de superarlo. Hay muchos pacientes que sí, y otros muchos que se quedan a medio camino luchando con todas sus fuerzas. Hay otros muchos que siguen adelante sin ningún problema de por medio, a los que todo le sale genial, y otros muchos que sufren de rechazo. Hay gente que encuentra un donante compatible en cuestión de mes, o normalmente meses, y que gracias a esos donantes todo va a mejor, y existen otros muchos pacientes que encuentran a ese donante que necesitan para salvar sus vidas, pero que a la hora de la verdad este mismo se echa hacia atrás. Simplemente hay casos, y más casos. Cómo por ejemplo el de Alex.

Recuerdo cuando la vi en sus peores días. Recuerdo verla tumbada en la camilla del Hospital con la típica bata blanca y con una sonrisa de oreja a oreja mientras me decía con ojillos brillosos que todo estaba bien cuando en realidad nada lo estaba. Recuerdo que mientras que me lo decía ella no soltó ni una lágrima, es más, todas ellas las solté yo. Recuerdo cuando recibí aquella llamada de madrugada que me destrozó, y también como mamá intentó calmar mi llanto consolándome entre sus brazos. Recuerdo esa maldita sensación de no poder respirar, de sentir que parte de mi vida se había ido. Recuerdo como mis padres trataron de calmarme por todos los medios posibles, y también recuerdo cómo les rogué y supliqué que me llevasen rápidamente al Hospital de la ciudad sin darles explicaciones del porqué quería hacerlo. Ellos no entendían nada, simplemente me hicieron caso. Recuerdo como mamá trataba de calmarme de camino, y cómo papá hacía todo lo que estaba en su mano por llegar lo más rápido posible. Recuerdo como corrí desesperado por aquellos pasillos blancos en su busca, aquellos pasillos en los que tanto tiempo había estado encerrado. Recuerdo entrar a la habitación sin permiso de nadie. Lo único que necesitaba y me importaba en aquellos momentos era verla, ver que todo estaba bien y que seguiría tal que así. Fue entonces cuando la vi. Estaba allí, tal y cómo lo había estado en estos últimos meses. Se encontraba tumbada en la cama, con sus manos posadas contra su vientre y con sus ojos cerrados como si estuviese dormida... En aquel momento me acerqué a ella, y le acaricié su rostro pálido con delicadeza. Le prometí en voz alta que todo saldría bien, pero justo en ese momento ella comenzó a negar con la cabeza mientras una lágrima solitaria viajaba por una de sus mejillas. Me había escuchado, estaba despierta. No sé cuántas veces la había visto llorar durante estos últimos meses, solo sé que no pude contener mis lágrimas en ese mismo instante. Me eché a llorar ante ella como un crío una vez más mientras besaba su frente una y otra vez sin parar. La estreché entre mis brazos, lo hice con fuerza intentando anclarme a ella. No quería soltarla, solo quería mantenerla a mi lado. La necesitaba más que a nada. Y la mantuve así por un buen rato, acurrucada entre mis brazos hasta que se quedó profundamente dormida. Lo recuerdo todo a la perfección. Lo recuerdo todo de principio a fin.

—David ya puedes pasar —me informa el doctor que aparece tras la puerta.

Doy un salto repentino sobre la silla al escucharle. El corazón se me acelera por momentos. Estar en los pasillos del Hospital me ha hecho recordar cada momento vivido aquí en estos últimos años. Unos años llenos de experiencias y vivencias. Sacudo la cabeza para apartar todos los recuerdos negativos de mi cabeza, y centrarme solamente en aquellos que han sido positivos. Después de esto, entro en la consulta decidido.

Nada más entrar veo a la pequeña corriendo con los brazos abiertos hacia mí.

—¡Está bien! —exclama entusiasmada.

Dando un salto la cojo entre mis brazos para dar una vuelta con ella encima, aunque ya me cuesta un poco hacerlo. La "pequeña" ha crecido bastante durante estos últimos años. Al dar un par de vueltas más con ella encima consigo verla.

La veo a ella detrás de las cortinas blancas y arrugadas. Está terminando de abotonarse la camisa, y yo aprovecho para admirar cada centímetro de su cuerpo sin perder detalle de ello. Siento que cuanto más la miro, más me gusta. He de aclarar que siempre me han encantado sus curvas, al igual que sus kilitos de más y su cabello largo, aunque esto último haya cambiado de manera radical durante estos últimos años. En sus puntas ya no existe ni rastro de tinte morado, pero aun así, su pelo tan negro como el carbón me encanta. Sonrío como un idiota mientras la miro, pero en cierto modo es lo que soy. Un idiota enamorado.

La primera vez con mi peor enemiga.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora