Capítulo 44. Sí. No.

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David

Pasan siete días desde que rompimos. Siete días que se han acabado convirtiendo en un infierno para mí.

No me he levantado de la cama durante esta última semana, ni tengo pensamientos de hacerlo. Tampoco las lágrimas me han abandonado en ningún momento, creo que se han convertido en mis mejores amigas en estos últimos días. No puedo parar de pensar en lo que dije. No he estado asistiendo a clase, y tampoco me he relacionado con nadie durante las últimas ciento sesenta y ocho horas. Ni tan siquiera me he relacionado con mis compañeros de piso, quienes en más de una ocasión se han asomado a mi habitación preocupados para ver si sigo vivo. Los he estado evitando a toda costa. El único que ha intentado hablar conmigo ha sido Yoel, y yo he conseguido echarlo toda y cada una de las veces que ha irrumpido en mi habitación con mi gran habilidad para ignorar a las personas cuando no tengo ganas de hablar con ellas. En estos momentos el estómago me ruge. Tengo hambre, apenas me he alimentado. El hambre es lo único que me ha hecho salir de mi habitación aunque fuese a hurtadillas a las tantas de la madrugada para que ninguno de mis compañeros pudiese verme.

La puerta de mi habitación se abre de repente sin previo aviso. Supongo que vienen de nuevo a ver si sigo vivo.

—David —escucho la voz de mi mejor amigo—. Vamos a salir para ver una película al cine, ¿te apuntas? Te vendrá bien y te ayudará a despejarte —me invita animadamente.

—No —contesto seco.

Esto es un gran paso, después de siete días comienzo a hablar y no a ignorar. Escucho sus pasos pesados dirigirse hacia mí, y segundos después siento como tiran de las sábanas que me cubren echándolas hacia atrás.

—Tío, ¿acaso piensas quedarte toda la vida postrado en la cama?

—Sí —afirmo.

Le escucho soltar un bufido y maldecir por lo bajo.

—¿Estás hablando enserio? —cuestiona.

—Sí —nuevamente afirmo.

—Pues al menos abre las ventanas que la habitación que se ventile, aquí huele que apesta —me recomienda.

Él se pone manos a la obra por mí. Comienza a abrir las persianas haciendo que los rayos de luz que entran por ellas me molesten tanto que acabo con las sábanas tapando mi cabeza.

—¿Ahora también tienes complejo de vampiro? —pregunta chistoso.

Entiendo que quiera subir mi ánimo y ayudarme a salir de este pozo oscuro en el que estoy metido hasta la cabeza, pero no lo conseguirá así. Lo único que consigue es molestarme y ponerme de mal humor.

—Te damos diez minutos para que te arregles —me avisa.

Lo que no sabe es que no pienso moverme de la cama excepto para volver a echar las persianas, cerrar la puerta y volver a tirarme en la cama. Me hago un ovillo entre las sábanas y vuelvo a acurrucarme entre ellas. Las paredes son tan finas que les escucho hablar de mí desde aquí, sobre todo a Ricky y a Yoel. Elena hasta ahora se ha mantenido callada, algo raro tratándose de ella.

—Hola —me saludan abriendo de nuevo la puerta—. ¿Puedo pasar?

Sin que yo acepte su solicitud de entrada ella pasa. El colchón se hunde a mi lado. Con toda la confianza del mundo acaba de sentarse junto a mí. El silencio nos invade. Solo puedo ver de reojo que sus ojos claros me miran de manera directa intentando averiguar qué es lo que se me pasa por la cabeza en estos momentos.

—¿No quieres venir? —pregunta rompiendo el silencio.

—No —contesto de malhumor.

Elena nunca me ha caído bien, es más, me irrita tan solo escuchar su voz y si viene tan solo para molestarme, ya se puede ir marchando por donde ha venido.

La primera vez con mi peor enemiga.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora