Uno

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Ella era una mujer fuerte, segura y atrevida. Tenía carácter y una mirada que prometía problemas. Era una fiera encerrada tras los dictámenes sociales de la pequeña ciudad en la que vivía. Era un alma lista para huir y volar, para obtener la libertad que tanto ansiaba. Ella era el perfecto icono de mujer moderna, pero abrir aquella puerta era difícil. Lo era porque sabía lo que se escondía tras la madera vieja y astillada.

Muchas veces se preguntó por qué seguía ahí después de tanto. Le hubiera gustado saber cómo podía seguir en pie tras cada golpe, lágrima, grito e insulto. Aquella era la puerta del infierno y lo sabía, lo había vivido. Pero a pesar de todo, Cassandra volvía cada día a la misma hora.

Enderezó los hombros y, con sudor frío recorriendo cada poro de su piel, giró el pomo de la puerta. Sus manos temblaban y ya no sabía si la causa era el miedo o el dolor en sus nudillos. Después, entró lenta y sigilosamente en lo que ella debía llamar hogar. Una gran alfombra roja se extendía por el pasillo intentando mostrar la elegancia que algún día llegó a tener. Marcos con fotos antiguas colgaban de las paredes mientras ella se adentraba un poco más. Cassandra sintió el silencio y dio gracias al cielo por no despertar a la que era su mayor sufrimiento.

Desde temprana edad aprendió a no estorbar ni insistir cuando no se la necesitaba. El tiempo le había regalado tantas enseñanzas que muchas veces las olvidaba. Era entonces cuando desatendía las responsabilidades que nunca debió tener y se sentía como la adolescente que realmente era. Reía tanto que incluso sus ojos se atrevían a derramar un par de lágrimas. Lloraba tanto que incluso sus labios se atrevían a soltar alguna que otra carcajada sin sentido. Porque así debía ser ella: alocada y atrevida, sencilla y compleja al mismo tiempo. Pero el destino no lo quería así.

Culpaba al cielo por hacerla sufrir cuando debía disfrutar; por sentirse muerta en la flor de la vida. No creía en dioses, ángeles ni sirenas. Para ella eso no eran más que cuentos que "algún imbécil decidió inventar". ¿Cómo podía existir un dios que permitiese tanto sufrimiento? No había ninguna respuesta lógica capaz de satisfacer a Cassandra. No había nada que pudiera devolverle la fe que había perdido con la muerte de su padre.

—Cariño, ¿eres tú?

—Sí, mamá. Soy yo.

Entonces, dejó la mochila en el suelo y caminó hasta el pequeño sofá del salón. En él, una figura pequeña y casi esquelética la observaba con lágrimas en los ojos.

—Oh, mi ángel. Mi pequeño ángel ha vuelto —su voz sonó triste mientras intentaba enderezarse y acariciar las mejillas de la joven—. ¿Dónde has estado, Amanda? Te he llamado miles de veces, cariño. Sé que discutimos, pero quiero que sepas que estoy arrepentida.

Cassandra respiró profundamente y cerró los ojos intentando controlar una vez más el llanto. Debía entenderla y comprender su dolor. Tenía que ser fuerte por las dos.

—No soy ella, mamá —dijo como tantas veces antes había hecho—. Soy Cas, tu pequeña.

Sin embargo, su madre siguió trazando sus pómulos altos y recitando todas las cosas que iba a cambiar para que se quedase. Repetía una y otra vez aquella disculpa que a Cassandra ni le servía ni reconfortaba. Quizás esto fuera porque no iba dirigida a ella, sino a su desaparecida hermana mayor.

Seis años habían pasado desde que las abandonó. Seis años desde los gritos y el último portazo que ella dio. No mintió al decir que se iba para siempre, pero a Cassandra le hubiera gustado que lo hubiera hecho.

—Iremos a otra parte, mi ángel. Nos iremos a donde tú quieras.

Derrotada, la dejó sola entre el mismo mar de lágrimas que tan bien conocía aquel pequeño sofá y esquivó como pudo los pequeños cristales de la botella de la noche anterior. Fue a la cocina y abrió la nevera esperando encontrar algo que pudiera servirle de cena, pero estaba vacía, como de costumbre. De repente, en un ataque de furia, dio un gran golpe contra la encimera antes de taparse el rostro con las manos y repetirse que, como siempre había hecho, debía resistir.

Ella era buena. Mucho más de lo quizás debía, pero al fin y al cabo, era buena. Sin embargo, a veces la gente buena como ella debía hacer cosas malas para sobrevivir; para poder seguir su camino. Y era esta la filosofía que Cassandra compartía cuando, al menos dos veces al mes, salía a robar a ricos y engañar a tontos. Rompía corazones con su sonrisa inocente y mirada ardiente. Era entonces cuando el ángel volvía al infierno.

Y para ella no había mayor pecado que el de subir en la moto y correr hasta ganar. No importaba a quien se llevara por delante o quien muriese en la carrera. Solo importaba llegar a la meta antes que nadie, conseguir el dinero que su madre le debía a Bill, comprar algo de comida y pagar la renta de cada mes.

Aquella noche era una de esas veces.

Su móvil vibró quince minutos antes de que Álex llegara con una gran sonrisa plasmada en la cara y un nuevo coche de alta gama. El mensaje era claro y conciso.

"Carrera a las 10 p.m. Diez de los grandes al ganador. "

Aquella era mucha pasta para Cas. Era tanta que ni siquiera dudó antes de coger su cazadora y salir. Era tanto dinero que Cassandra no se marchó cuando vio con horror la sangre en el asfalto y la cocaína en las manos de aquel niño. Debió haberse ido en cuanto sintió la muerte adherirse a su piel, en cuanto aquella voz le susurró al oído lo mucho que había esperado aquel momento.

—¡Todos en sus marcas! ¡Diez de los grandes al ganador, señores! —exclamó el hombre a través del micrófono.

Cassandra ajusto sus manos y enfocó la mirada en la pequeña bandera de cuadros negros y amarillos que aquella mujer sujetaba en el aire. La cuenta atrás comenzó y sintió la tensión en el aire. Con los nervios a flor de piel, aceleró y salió a toda velocidad, tomando cada curva con maestría e incluso elegancia. Sus contrincantes caían mientras peleaban por el primer puesto. Se acercaban a ella para herirla, dejarla fuera o incluso matarla. Divisó la meta y continuó resistiendo y esquivando como pudo las balas que surcaban el aire en su dirección. El ángel había conseguido cierto renombre y eso a las mafias no les beneficiaba.

Sin embargo, no fue una bala lo que le hizo perder el control. No fue otro corredor el que la hizo caer. No fue la mafia quien desató el caos aquella noche.

—In aeternum.

Tenía literalmente tres versiones distintas para el primer capítulo y he tardado en elegir más de la cuenta, lo siento :(

¡Gracias por leer!

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