Catorce

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De repente, el aire en la habitación se había vuelto pesado y espeso. Era de aquel tipo de aire que hacía que a Cassandra le costase respirar. Escalofríos resbalaron sobre su piel cuando, entre las sombras que huían de la luz de la luna, una sonrisa grande y brillante la contemplaba. Su voz aún retumbaba en sus oídos cuando ella liberó un suspiro tembloroso. Le sudaban las manos y le dolía el corazón.

Su estómago dio un vuelco cuando aquel extraño dio un paso hacia delante. Aterrorizada, jadeó en busca de aire mientras pensaba en lo que debería hacer. Sin embargo, aquel hombre seguía avanzando, marcando pasos firmes sobre la alfombra de la habitación. Sin saber nada más que hacer, Cassandra tiró de las mantas y se ocultó entre las sábanas de la cama. Tenía claro que aquello no la salvaría, pero como siempre, sintió que la fina tela serviría de barrera protectora entre ella y el monstruo que la acompañaba. 

Dante no pudo evitar sonreír al ver el pequeño bulto que temblaba bajo el edredón azul. Aquel era el momento en el que debía mostrarse tal y como los demás lo veían. Pero, ¿cómo evitar la tentación de abrazarla? ¿De besar sus suaves labios hasta que muriese de placer?

Aún no sabía cómo ni sin tan siquiera conseguiría hacerse el duro con ella. Pero al menos tenía que intentarlo.

Así fue como, rápidamente, Dante llegó hasta los pies de la cama y tras levantar el final de las sábanas, se metió en ella, reptando hasta llegar a donde Cassandra se escondía. Con una mirada seria, tiró de su tobillo y la inmovilizó contra el colchón.

—Shh... No hagas ruido, koldka —susurró en su oído cuando cubrió su boca con una de sus manos.

Cassandra tembló debajo de él. Era un hombre grande, incluso más que Sergio. El peso de su cuerpo la mantenía presa. Pero, extrañamente, ya no sentía miedo por el daño que el intruso pudiera hacerle, sino que temía aquella extraña paz y calidez que él emanaba. Una tranquilidad tan rara como peligrosa.

Confundida y frustrada por sentirse de tal manera, Cassandra mordió la palma de su mano y aprovechó el momento de confusión para empujarlo y rodar hasta el otro lado de la cama. Una risa fresca y varonil inundó la habitación cuando ella, en vano, intentó llegar hasta la puerta.

—¿Quieres jugar? —volvió a hablar el extraño.

Gotas frescas de alegría mancharon su pecho cuando supo que ella no lo temía. Cassandra había vuelto a paralizarse con el sonido de su voz, pero una vez los temblores habían cesado, no giró el pomo de la puerta, sino que corrió hasta el mismo lugar en donde él se había escondido. Cassandra no lo temía, no lo hacía. Dante comprendió rápidamente que tan solo buscaba poner distancia entre ambos. Y eso es algo que podía darle.

—¿Quién eres? —preguntó Cassandra y él rio de nuevo negando suavemente mientras ella se preguntaba qué era tan gracioso.

El intruso era tan complicado como hermoso, porque no existía otra palabra que pudiera describirlo. Ahora que ella se escondía entre las sombras de la pared, pudo contemplar atónita cómo la luz de la luna bañaba sus facciones marcadas y hermosas. Admiró escéptica su singular belleza y casi lloró maravillada cuando sus miradas se cruzaron. Fuego, ardiente y vivo. Pasión descontrolada y un toque de destrucción con azúcar bañaban sus ojos tan brillantes como el diamante, tan llenos de vida como un jardín en primavera. Aquel hombre no podía ser real, como tampoco podía serlo el repentino calor que sentía recorrer sus venas.

—¿Me estás diciendo que tras todo ese espectáculo que has montado de invocación en latín mal pronunciado, no sabes quién soy?

Cassandra jadeó sorprendida al mismo tiempo que llevaba ambas manos a sus labios. Entonces, dio un paso hacia delante, y otro más, y otro más, y muchos otros más hasta que la distancia entre ellos murió y las puntas de sus pies casi se tocaban. No sabía de donde había sacado toda aquella valentía, pero lo que estaba claro es que no dejaría que el miedo le arrebatase la única oportunidad que tenía de saber la verdad. De sobrevivir.

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