Veintidós

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Ízthyu resultó ser un sitio raro, curioso y extravagante. En aquella pequeña aldea de no más de treinta habitantes y doce cabañas, ni la sed, ni el día ni la noche parecían existir. A su alrededor, miles de kilómetros de arena se extendían como un manto de terciopelo brillante y algo siniestro. ¿Cómo podían vivir aquellos humanos sin una sola gota de agua?

Noel suspiró y, tras unos largos segundos, aterrizó junto con el resto de sus compañeros. Como era de esperar, a una misión como aquella, de rango cero y sin ninguna dificultad, estaban destinados ángeles jóvenes y hambrientos de acción. Una acción que no llegaría aquel día.

—Vas a derretirte con el sol, bombón —dijo Ryanon.

Entonces, como llevaba haciendo desde que habían emprendido el vuelo, Noel ignoró completamente a su amiga. Él no era una persona rencorosa ni fácil de enfadar, pero aquella vez Ryanon debía aprender que había cruzado la línea. Al fin y al cabo había apuñalado y envenenado a Dante; enfadado a su padre y superior; y conseguido que su reputación como militar se fuese al garete. ¿En serio esperaba que la perdonase tan pronto?

—Sé que no puedes estar enfadado para siempre, chocolatito —volvió a decir—. Ya ha pasado casi un día. Entiendo por qué estás así, pero tienes que comprenderme tú a mí. Sergio está encerrado porque Dante no pudo esperar a estar con su chica. ¿Por qué tiene que pagar él por el error de otro?

Noel volvió a guardar silencio y negó suavemente al pensar en lo hipócrita que podía llegar a ser su amiga.

—General —lo llamó uno de los novatos— .¿Cuál es el plan?

Noel miró al chico sorprendentemente joven y sonrió. Tenía el cabello rubio y alborotado, una sonrisa colgando de sus labios y una mirada cargada de determinación y valor. Noel se vio a si mismo de joven, en aquel muchacho fiero y ambicioso, que mucho distaba del hombre en el que se había convertido: un hombre cansado de vivir.

Resoplando, Noel negó lentamente y caminó hasta la entrada a la aldea. Entonces, llamó con un gesto al resto de sus compañeros y esperó a que los murmullos cesaran.

—Bien, como ya sabéis esta es una misión de rango cero, sin ningún tipo de peligro más allá del de tropezaros con vuestros propios pies —algunos novatos replicaron disgustados por sus palabras—. Sin embargo, nunca está de más recordaros qué es lo que debéis de hacer en caso de un ataque.

Las posibilidades de que algún demonio apareciese allí eran remotas, pero no sería la primera vez que ocurrían incidentes en una misión sencilla. Hacía muchos siglos, un escuadrón de ángeles poco cualificados había acudido a un burdel por un altercado entre dos prostitutas que parecía no tener solución. Los cuatro ángeles debían entrar sin ser vistos, ya fuese utilizando el otro plano de la realidad o cualquier otra técnica, y encontrar la causa del problema. Parece ser que una de las mujeres acusaba a la otra de robarle las joyas que sus clientes le regalaban, mientras que la otra afirmaba que un monstruo se las llevaba cada noche. Esta sola afirmación debería haber sido motivo de alarma, ya que aunque los humanos son propensos a mentir, en aquella ocasión era cierto.

Sin embargo, los cuatro jóvenes no se molestaron en comprobar la veracidad de sus palabras y dieron por hecho que la mujer mentía. Así, siguiendo las indicaciones que en un principio se les había dado, reunieron a las humanas en la misma habitación y esperaron a que la ladrona se sincerase. Algo que nunca pasó, ya que un velo de oscuridad los envolvió hasta el amanecer, cuando una criada descubrió seis cadáveres y un mismo nombre grabado en el pecho de cada ángel:

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