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Entonces se le erizó el vello de sus brazos. Sus ojos se volvieron más grandes y más claros, y ella pudo jurar ver la infinidad del universo a través de ellos.
Los tres seguían en la cocina, mirándose con el gesto desencajado mientras sudor frío recorría sus cuellos. Ryanon se quedó quieta. Temía que aquello no fuese real, pero lo era. Así fue como, aunque ambos ángeles estaban en la otra dimensión, aquel hombre de ojos cristalinos consiguió sentirlos. Sergio pudo verla.
La contempló fascinado. Admiró cada detalle de su rostro con la misma adoración con la que el pintor observa a su musa. Sus dedos finos y delicados aún tocaban su piel cuando se atrevió a mirar más allá de ella. Detrás, apoyado en el marco de la puerta había un hombre demasiado hermoso como para ser real. Sergio vivía loca y perdidamente enamorado de las mujeres, pero sabía apreciar la belleza masculina cuando esta llamaba a su puerta. Y que le partiese un rayo si mentía al decir que aquel era el hombre más bello que jamás había visto.
Su piel oscura brillaba bajo la tenue luz de la sala. Sus ojos, dos esferas grandes y brillantes, lo contemplaban consternado, casi asustado. Sergio pudo reír ante aquel pensamiento. ¿Cómo podía aquel hombre, tan grande y fuerte como un guerrero, estar asustado de él? Sin embargo, así era.
Por primera vez en mucho tiempo, Noel sintió miedo. El aliento fétido del terror acarició su piel mientras él intentaba comprender lo ocurrido. Los ángeles no habían roto ninguna norma y aun así, serían castigados. Ningún humano debía verlos sin que este hubiese rezado por ellos. Algo que Sergio no había hecho.
—Ryanon —llamó a su compañera—, nos vamos.
Ella, sin dejar de mirar a Sergio, retrocedió uno y dos pasos hasta que las yemas de sus dedos ya no pudieron acariciar la suavidad de aquella piel de porcelana. Entonces, sintiendo cómo su alma se partía en dos, se giró hacia Noel y se dispuso a volver a un cielo más doloroso que el más fiero de los infiernos. De repente, un agarre firme sujetó primero su muñeca y después, su cintura.
—¿Quién eres? —susurró Sergio en su oído.
Fue entonces cuando Ryanon tembló, pero no de miedo, sino de excitación.
—Ryanon —contestó ella aun sabiendo que todo aquello estaba mal. Tan solo lo estaba empeorando.
Sergio la miró atentamente, intentando decidir si suponía una amenazaba o no. Ella, al igual que su compañero, era fuerte y de una belleza exquisita. Desde que sus dedos lo habían acariciado por primera vez, Sergio había podido oler el aroma de manzana fresca en su pelo. Por algunos minutos en los que el silencio había arropado el cuerpo de aquel alma rota, se había dejado llevar por las olas del mismo mar que bañaba los ojos de aquella mujer. Y sin embargo, no pudo contener el deseo de tocarla, de rodear su cintura con sus brazos y arropar aquel cuerpo fuerte hecho para la batalla.
—Bien, Ryanon —dijo con voz suave—. Ahora contéstame a algo, ¿cómo habéis entrado en mi casa?
Ella volvió a temblar. La voz de Sergio había sonado tranquila, casi comprensiva. No obstante, bajo ella yacía una orden, un mandato que seguir y cumplir para complacerlo. Para complacer a aquel que le había robado el aliento, la mente y su alma. Ryanon podía notar la mirada de Noel clavada en la nuca. Sabía que tenía miedo y que moría por irse de allí, pero ella no podía marcharse. Por alguna extraña razón, Ryanon sintió por primera vez en su larga vida el deseo de aliviar a otro, de hacerlo feliz. Y si para ello debía romper las normas lo haría. Lo haría por él.
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IGNIS
МистикаLas normas para sobrevivir eran sencillas y claras: 1.No lo nombres. 2.No lo mires directamente. 3.Jamás lo desees. Cassandra las conocía y nunca se atrevió a incumplir cualquiera de estas tres pautas. ¿Pero cómo no caer en la tentación de a...