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Llevaba horas sumergida entre las palabras del libro cuando Sergio comenzó a toser. Tenía una tos dura y ronca, algo que preocupaba a Cassandra. Durante la última semana, lo había visto decaído y enfermizo. Su piel se había vuelto aún más blanca y su mirada más fría y apagada. No se habían separado en ningún momento. Él se negaba a ello. Habían pasado tardes leyendo libros que habían recogido por la mañana en la biblioteca. Habían pasado mañanas robando expedientes médicos que leeían en las noches. Era mucha la información y material que había recopilado, pero pocas las conclusiones que podían extraer.
Si algo sabían a ciencia cierta era que el ala de psiquiatría del hospital era un asunto oscuro y tenebroso, mucho más incluso de lo que pudieron pensar en un primer momento. Cierto era que la llegada de la doctora Márquez había empeorado la situación, pero parecía que aquel era un problema con décadas de historia.
El ala de psiquiatría del hospital de Deliro había sido inaugurada mucho antes que ninguna otra área. Aquello significaba que el objetivo único y principal era el tratamiento de enfermedades mentales. Pero aquello no era lo único extraño, el pasillo que la formaba no era más que un puente hacia el verdadero edificio de psiquiatría. Era el camino para llegar al Manicomio Deliro. Era entonces cuando a Cassandra le invadían los escalofríos y se le aguaban los ojos.
En uno de sus viajes a la biblioteca, Sergio había conseguido sonsacarle a la secretaria dónde se encontraban los archivos del registro del año 1961. Archivos que se creían perdidos en el mismo incendio que acabó con el manicomio y la vida de sus pacientes. Sin embargo, ahí estaban, esperando pacientemente una reacción por parte de aquella ilusa que había osado a leerlos. La historia de aquel lugar era macabra e inhumana, casi imposible. Cassandra vivía en un pueblo de locos y enfermos. Sergio vivía en un pueblo de locos y enfermos. Deliro era un pueblo de locos y enfermos.
Eso era lo que todos los periódicos nacionales decían acerca de la pequeña ciudad que se había creado única y exclusivamente para apartar a los "no aptos" de la sociedad. Con el paso de los años, aquel lugar llamado Delirio había pasado a ser Deliro y los enfermos habían muerto o sido milagrosamente sanados. Cientos de imágenes tan espantosas como reales habían horrorizado los ojos de Casssandra cuando había abierto el expediente número sesenta y seis. El expediente del paciente que había habitado la habitación a la que ella tendría que haber ido y en la que Sergio sintió una presencia. En ellas se veía a un hombre, probablemente joven y de aspecto tan delgado como enfermizo. Sus costillas sobresalían como flechas y su columna formaba un perfecto collar de perlas en su espalda. En su expediente se le diagnosticaba trastorno de identidad disociativo.
Ella conocía los síntomas de la enfermedad y cómo se manifestaba, pero nada pudo haberla preparado para saber lo que su historial médico guardaba.
Aquel hombre desconocido, tan solo marcado por el número sesenta y seis decía llamarse Adonis y haber nacido antes de que cristo lo hiciera.
—Adonis es un demonio fenicio. Se lo relaciona con los incendios.
La voz de Sergio sonaba cansada y ella se preocupó un poco más. Ella estaba exhausta, pero no parecía enferma ni temblaba como lo hacía él. Llevaban una semana buscando sin parar, durmiendo solo cuando Morfeo los acunaba y despertando entre sin fines de libros y hojas de papel antiguas y amarillentas, con una taza de café rancio en el escritorio y dos bolsas oscuras bajo los ojos. No podían permitirse parar. Sergio no podía enfermar ahora, nunca lo había hecho.
De repente, él se levantó y comenzó a patear el sillón en el que nunca lo había visto sentado. Cassandra corrió y rápidamente tiró de su brazo, preguntándole qué ocurría y rogando que se detuviese. Aquel mueble era horroroso, pero al fin y al cabo era cómodo y no Sergio no tenía razón ninguna para descargar su furia en él.
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IGNIS
ParanormalLas normas para sobrevivir eran sencillas y claras: 1.No lo nombres. 2.No lo mires directamente. 3.Jamás lo desees. Cassandra las conocía y nunca se atrevió a incumplir cualquiera de estas tres pautas. ¿Pero cómo no caer en la tentación de a...