Tres

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Sergio volvió a las tres de la tarde con comida y el ojo morado. A Cassandra le fue casi imposible no notar las gotas de sangre roja manchando su camisa y las pequeñas heridas rojizas marcando sus nudillos. Se mordió la lengua en un vano intento por no preguntar, por parecer totalmente desinteresada. Sin embargo, era curiosa por naturaleza y como su padre siempre decía, debía ser ella misma.

—¿Os habéis peleado?

Sergio la miró antes de girarse y caminar hasta la mesa del salón. Entonces, mientras sacaba un par de bebidas, preguntó.

—¿No te dije que descansaras? Estar de pie en medio del salón no me parece una buena forma de recuperarse, Cassandra.

Ella frunció el ceño y cruzó los brazos. Para ella aquella postura era amenazante, una señal clara y obvia de su enfado. Para él, aquel gesto lo único que hacía era desviar su atención a su pecho. Sergio no era un pervertido ni mucho menos. Podía tener a quien quisiese con tan sólo llamar a cualquiera de las decenas de ligues que en sus noches de borrachera había conocido. El problema era que él seguía teniendo ojos y Cassandra era demasiado atractiva como para no fijarse en ella.
Aunque no encajase en los estándares de belleza establecidos.

Decían que era demasiado alta para ser mujer. Tenía el cabello largo, excesivamente rizado. Su cintura era pequeña, tanto que incluso podía rodearse con ambas manos. No eran así sus ojos, dos esferas grandes llenas del espíritu aventurero y el entusiasmo que muchos en su situación habrían perdido. Ella era también demasiado nerviosa e inquieta. Debía conocer hasta el último detalle de lo que se encontraba a su alrededor. Bondadosa, simpática y con carácter. Una mujer fuerte que no se dejaba pisar por nadie. Ella era así. Quizás no encajaba, pero nadie la cambiaría.

Y eso era lo que Sergio admiraba.

—Llevo más de diez horas tumbada en tu sucio colchón. Creo que para mí ha sido demasiado impactante despertar y ver unas jodidas esposas en el cabecero de la cama.

Sergio echó la cabeza hacia atrás mientras reía hasta sentir las lágrimas surcar sus mejillas. Después de algunos minutos, miró a su amiga y se sintió en cierta forma como un profesor al enseñar algo nuevo a sus alumnos.

—Me gusta jugar sucio, cariño —tuvo que aguantar la risa cuando ella lo miró espantada—. Deberías probarlo. Te prometo que a todas les acaba gustando.

Cassandra retrocedió asqueada al mismo tiempo que él avanzaba. Se sabía aquel juego demasiado bien. Sergio siempre hacía lo mismo: intentar intimidarla. Ella sabía que lo hacía en broma, pero él era un hombre alto y fuerte. Simplemente no podía ignorar su faceta mafiosa cuando se acercaba a ella con pasos lentos y decididos; cuando la miraba fijamente con una sonrisa malvada en los labios. No podía ignorarlo, ya ni siquiera lo intentaba.

Fue por esto por lo que acabo apoyada contra la pared, bajo la prisión de sus dos fuertes brazos y su mirada divertida.

—Tienes complejo de lobo feroz, Sergio —susurro sintiendo su aliento en la piel expuesta de su cuello.

Él rio antes de acariciar sus mejillas suavemente. Cerró los ojos y respiró profundamente.

« Inspira y cuenta hasta diez. Vamos idiota, no te hagas esto», pensó Sergio al abrir los ojos y mirarla una última vez antes de volver a la mesa del salón.

Cassandra no podía evitar sentirse pequeña a su lado, pero Sergio no podía dejar de pensar en sus labios sobre los suyos, en su cuerpo sobre el suyo. Estaba mal pensarlo. Ella era menor que él, no por mucho, pero la diferencia seguía ahí. Además, ella se merecía algo mejor que un hombre con mal humor y más antecedentes penales que años.

Una noche de un día como aquel hace seis años, Sergio caminaba entre los callejones de la ciudad. La luz de las farolas parpadeaba mientras en su mente trazaba una nueva estrategia para conseguir socios de mayor renombre. Su tío llevaba al mando de la banda desde hacía treinta años. Una banda que en vez de crecer, perdía aliados y poder cada día. Sergio no creía en el fracaso. Las cosas eran más o menos difíciles, pero nunca imposibles. Por ello, no podía dejar que el negocio se hundiera. Si su tío era un inepto lo era, pero Sergio no dejaría que todo por lo había trabajado, lo que había perdido, fuese en vano. Y menos porque a Leo le preocupase más follar que ganar dinero.

Fue así, entre conspiraciones e insultos, como encontró a Cassandra escondida entre bolsas de basura. De no haber sido porque temblaba él hubiera pensado que era una bolsa más, pero a no ser que hubieran metido un vibrador dentro, la basura no hacía eso. Entonces, se acercó a ella hasta agacharse y mirarla fijamente con cuidado.

Sergio afirmaba no acordarse demasiado bien de la historia. Contaba que estaba demasiado borracho, que no sabía lo que hacía. Pero la verdad era que jamás podría olvidar el momento en el que aquellos dos grandes ojos lo miraron. Moriría sabiendo que nunca había visto tanta inocencia en una mirada como en la suya. Recordaba como tembló e intentó huir cuando la cogió en brazos y la acunó contra su pecho. Ella había llorado y suplicado que la dejase ir. Aquella niña pensaba que iba a herirla, cuando lo único que Sergio quería era curar las heridas de sus rodillas. La había subido a su coche y engatusado con galletas de chocolate para que dejase de llorar. Al fin y al cabo, a los niños les gustaba el chocolate, ¿no?.

—Voy a casa —la voz de Cassandra lo despertó de la nube de sus recuerdos—. Tengo que ver cómo está mamá.

Negó con la cabeza porque sabía que después de aquello Cassandra acabaría teniendo otro ataque de ansiedad o llorando hasta quedarse dormida.

—Puedes quedarte otro día más, ángel —empezó a decir—. Todavía necesitas recuperarte. Me cuesta creer que hayas salido ilesa de aquel infierno.

No contestó, tan sólo sonrió antes de abrir la puerta y volver a casa. Ella quería mudarse, dejar atrás el lugar que tantos dolores de cabeza la había traído. Pero su madre estaba enferma y debía cuidar de ella. ¿Quién iba a hacerlo sino? Nadie, y por eso debía volver día tras día e intentar convencer a su madre de que ella era Cassandra, su otra hija, la pequeña.

—In aeternum.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras aire gélido acariciaba su piel con una suave brisa. Asustada, giro sobre sí misma intentando encontrar al dueño de aquella voz. Sabía que no era la primera vez que la escuchaba. Aquella noche, antes del accidente, le había susurrado al oído aquellas palabras sin sentido. Pero lo que Cassandra parecía no recordar es que aquella voz era la misma que la había acompañado cada madrugada desde hacía diez años. Con la que había soñado, la que les ordenaba a los hombres de su pesadilla que empezaran su tortura.

Era la misma. Era la voz que sería la fuente de todos sus problemas.

1) ¿Qué pensáis de Sergio?
2) ¿Qué le ocurre a la madre de Cassandra?
3)¿Cuál es vuestra película favorita de Disney?

¡Nos leemos! Espero que os haya gustado, en el próximo capítulo empieza lo fuerte jeje

PD: si alguien quiere que se lo dedique que lo comente :)

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