Seis

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Sergio en multimedia.


Su mirada furiosa recorrió el rostro de rostro de Alex hasta chocar con sus ojos expectantes. Lo había advertido más de una vez. No debía acercarse a Cassandra. No tenía permitido hablarle, mirarla ni respirar el mismo aire que ella. Nadie en la ciudad salvo él podía hacerlo y sin embargo, Alex desobedecía sus órdenes una y otra vez. Su sangre hirvió en furia cuando vio cómo la abrazaba por la espalda mientras le susurraba al oído algo que no pudo entender.

«Cerca. Está demasiado cerca» pensó mientras se acercaba a ellos con pasos rápidos y decididos.

Sergio pensó que aquel tema ya estaba zanjado. La misma noche en la que se celebró la fatídica carrera, él mismo se había encargado de que conociera las consecuencias de poner a Cassandra en peligro. Él, junto con algunos de sus mejores hombres, lo habían acorralado hasta llevarlo al "cuartel", una habitación dedicada exclusivamente a la tortura. Lo habían atado y golpeado hasta que sus nudillos sangraron. Fue simplemente una paliza, pero en aquel momento Sergio creyó que sería más que efectiva.

—Eres un tanto suicida, ¿no crees? —su voz rompió el silencio antes de tirar de Cassandra hasta colocarla a un lado.

Alex dio un paso hacia delante sin dejar de sonreír. Sergio supo que algo en él había cambiado. Tal vez fuera su postura o la mirada bañada en valentía de sus ojos, pero definitivamente, algo no cuadraba.

—¿Vas a decirle a tus gorilas que me golpeen de nuevo? —preguntó con burla.

Sintió a varios de sus chicos rodearlo, protegiéndolo de cualquier cosa que Alex intentara. La traición no era algo que Serio tolerara. La deslealtad no existía en su vocabulario.

Entonces, se acercó a Alex hasta tomar su cuello entre las manos y levantarlo del suelo. Escuchó la exclamación ahogada de Cassandra, pero no le podía importar menos lo que ella pensase en aquel momento. Hacía eso por su bien, o eso es lo que decía cada vez que se metía en algún problema por ella.

—Sergio, déjalo ir —susurró con voz cansada mientras tomaba su brazo—. No me ha hecho daño.

—Pero podría haberlo hecho —contestó él sin aflojar el agarre sobre el cuello de Alex.

Cassandra tiró de su brazo de nuevo, intentado llamar su atención. Odiaba ver a Sergio enfadado y peleando, pero odiaba aún más el hecho de ser ella la causante. No era la primera vez que algo así ocurría. Y estaba segura de que tampoco sería la última. Él se preocupaba demasiado por ella. Desde que se conocieron, no hubo día en el que no fuera a su casa para verla. La primera vez la había sorprendido e incluso había llorado de la emoción. Había pasado demasiado tiempo desde que alguien había mirado por su bienestar y el hecho de que aquel chico que apenas conocía lo hiciera era algo tan maravilloso que la hacía llorar de alegría.

Sergio había enfrentado a su madre cuando esta, ebria y posiblemente bajo el efecto de las drogas, le había insultado y culpado por todo lo ocurrido. También la había protegido cuando el equipo de fútbol del instituto decidió que era divertido atormentarla. Sergio había hecho tantas cosas maravillosas que era una verdadera lástima que solo ella pudiera verlo.

—¡Lo estás asfixiando! —gritó furiosa.

—¿En serio? No me había dado cuenta, ángel. Eres todo un cerebrito, ¿no es así?

Cassandra tiró más de su brazo hasta darse por vencida y buscar otra táctica para que lo soltase. No iba a dejar que matara a Alex. Nadie debía morir por su causa. Así fue como con un movimiento ágil y certero, golpeó la rodilla de Sergio para hacerlo caer. Lo oyó maldecir cuando se vio obligado a dejar ir a Alex, quien dio varios pasos hacia atrás mientras tomaba respiraciones rápidas y profundas.

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