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—¡Tú no lo entiendes! —exclamó desesperada a la vez que volvía a arrojar un jarrón contra la pared.
—Cassandra, cálmate —rogó él al borde de la histeria.
Sin embargo, Cassandra no entraba en razón.
El sol apenas se había atrevido a asomar entre las nubes cuando la joven había despertado entre lágrimas y sudor frío. Sus sábanas, suaves trozos de seda bordada en oro, se habían enredado entre sus piernas cuando se había levantado de la cama gritando y había corrido hasta la cocina. Allí, había cogido un cuchillo y encendido la luz que apenas iluminaba la sala y medio salón. Dante había llegado diez minutos después tras una larga guardia en un hospital de Texas. Los tres exorcismos y nueve reanimaciones que había realizado aquella noche no le prepararon para aquella situación.
Arrinconada contra una de las esquinas y rodeada de taburetes y sartenes, Cassandra sostenía un cuchillo que bien podría haberle rebanado el cuello si no se hubiese apartado a tiempo. Asustado y confuso, se preguntaba qué podía haber desencadenado aquel episodio de histeria y terror en su chica.
¿Acaso había entrado un demonio en la casa mientras él estaba ausente? ¿Alguien la había amenazado? O peor aún, ¿y si estaba herida?
Repasando el cuerpo de la joven con la mirada, Dante no vio ningún indicio de lucha ni herida ninguna que pudiese haber causado tal situación. No obstante, decidió rastrear la casa en busca de algún rastro demoníaco. Algo que no encontró.
—¡Estaba aquí! —gritó ella.
Dante observó consternado el único taburete que Cassandra no había movido. El asiento era rojo y las patas eran de metal, como el resto de los demás asientos. Intentó encontrar algo que lo diferenciase, pero no había absolutamente nada distinto.
—¿Quién estaba aquí? —indagó.
Entonces, ella lo miró molesta, furiosa y obviamente frustrada.
—¡Papá Noel! .—puso los ojos en blanco— ¿Quién va a ser, joder? Tantas alas, tanto mandamiento y no eres capaz de escucharme cuando hablo. ¡Serás idiota!
—Sin insultar — replicó molesto aun sabiendo que ella tenía razón.
Con todos los problemas con los que tenía que lidiar, últimamente no había tenido ganas ni tiempo para prestar atención a lo que Cassandra decía. Normalmente le hablaba de lo que había hecho en el día y los libros que leía, pero parecía no ser así en aquella ocasión.
—El hombre —suspiró cansada mientras se dejaba caer en uno de los asientos—. El hombre que aparece en mis sueños, aquel que no consigo recordar, estaba aquí.
Sabiendo perfectamente de quién hablaba, el ángel enderezó la postura y cerró los puños con fuerza. Esto no podía estar pasando, Sergio no podía haber abandonado Deliro.
—Estaba triste y... preocupado —continúo—. Susurraba mi nombre casi sin fuerzas e intentó abrazarme, pero no lo dejé.
Lágrimas cristalinas cayeron por las mejillas de Cassandra cuando tomó una respiración lenta y profunda, intentando calmar sus nervios.
—Entonces él sonrío como si entendiese por qué no quería que me tocase. Y me dijo que...
De repente, un sollozó trepó por su garganta y abrió el camino a un llanto desesperado y confundido, lleno de dolor y tristeza. Dante corrió, apartó la muralla de taburetes que la rodeaba y no sin antes de deshacerse del cuchillo, la abrazó contra su pecho.
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IGNIS
ParanormalLas normas para sobrevivir eran sencillas y claras: 1.No lo nombres. 2.No lo mires directamente. 3.Jamás lo desees. Cassandra las conocía y nunca se atrevió a incumplir cualquiera de estas tres pautas. ¿Pero cómo no caer en la tentación de a...