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Humo blanco trepó por su garganta cuando Sergio expulsó el aire de sus pulmones. El cigarrillo en su mano derecha ardía mientras él, lejos de estar agotado, examinaba detenidamente el techo de aquella triste habitación. A su lado, Gabriela descansaba plácidamente, dejando su cabello laceo desparramado por las almohadas. Él acariciaba su espalda casi de forma inconsciente, tratando de reconfortar a una mujer más que satisfecha con lo ocurrido. Sin embargo, algo dentro de él le repetía una y otra vez que no estaba bien. Que debía dejar de hacerlo. Pero ni podía ni quería. No al menos por el momento.
Con un suspiro pesado, se incorporó en el colchón y miró una vez más su cuerpo desnudo. Gabriela era una mujer hermosa, mucho más de lo que ella jamás podría imaginar. Desde los hoyuelos en la parte baja de la espalda hasta aquellos en sus mejillas manchadas por pequeñas pecas. Era hermosa, como cada mujer con la que había estado.
Entonces, se levantó con cuidado de no molestarla y recogió la ropa del suelo. Una vez vestido, guardó el arma en la chaqueta y rodeó la cama hasta llegar al lado en el que ella descansaba. Después, la arropó con la sábana y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. El olor a alcohol y cigarrillos inundó su nariz cuando llegó al bar del club. Su cigarro ya se había acabado y no dudó en encender otro. El ambiente era triste y deprimente, pero tenía aquel toque de lujuria que lo volvía loco.
—¿Qué hay, jefe?
José se acercó a él tambaleándose, con la camisa desabrochada y la bragueta bajada. Era patético, pero aun así Sergio sonrío cuando colgó un brazo sobre sus hombros y le contó con detalles lo bien que se la acababan de mamar. El hombre estaba borracho y para otros podría resultar molesto e irritante, pero para Sergio y sus chicos José era el hombre más divertido en cien kilómetros a la redonda.
—No mucho —respondió con fingido aburrimiento—. Tan solo vengo de follarme a tu hermana. ¿Y tú? ¿Alguna novedad en el club?
Entonces, lejos de golpearlo como cualquier otro hermano habría hecho, José río con ganas, incluso dejó escapar alguna lágrima que otra.
—Prefiero que folle contigo a con cualquier otro. Así al menos sé que estará satisfecha.
Con carcajadas alegres y profundas, ambos hombres se acercaron a la barra del bar, en donde Sergio ordenó un par de cervezas. Aquel había sido un día especialmente malo, mucho más de lo que normalmente podía ser y eso era algo que José debía saber. Se había acostado con la doctora de Cassandra para salvarla y lejos de agradecerlo, él había tenido que consolarla por no haber estado con ella al despertar. ¡La había salvado, joder! Pero no, él era el malo. Típico. Le habló también sobre lo ocurrido en la casa de Cas, la discusión con su madre y sus dudas acerca de su salud.
Ya no sabía que pensar. No sabía si creerla o no. Ya había confiado en su palabra una vez y todo había acabado con una llamada urgente del hospital psiquiátrico de Cordurea. No quería cometer el mismo error que hacía más de un año, pero si confiaba en ella y se equivocaba... No, le daría un voto de confianza. Le mostraría a su ángel lo especial que era y lo mucho que importaba. Le enseñaría mil y una razones para vivir, aunque él no las encontrase.
—¿Por qué no se lo dices? —preguntó José cuando Sergio acabó de hablar.
Él lo miró confuso, esperando una explicación a aquella extraña pregunta. ¿Qué era lo que debía decirle a Cassandra? José negó frustrado y dibujó una sonrisa triste en sus labios. Juraría una y mil veces más que su amigo era más listo que el mismísimo Diablo, pero a veces era tonto y estúpido, sobretodo en a lo que los sentimientos respectaban.
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IGNIS
ParanormalLas normas para sobrevivir eran sencillas y claras: 1.No lo nombres. 2.No lo mires directamente. 3.Jamás lo desees. Cassandra las conocía y nunca se atrevió a incumplir cualquiera de estas tres pautas. ¿Pero cómo no caer en la tentación de a...