Siete

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Espero que disfrutéis el capítulo :)

Sergio golpeó una vez más la puerta mientras imaginaba los doscientos escenarios distintos que podría encontrar detrás de la vieja madera. Desesperado, pasó una mano por su pelo, tirando de los mechones oscuros y maldiciendo la suerte que últimamente ambos vivían. Al otro lado, Cassandra lloraba en silencio mientras las frías manos del terror acariciaban su piel con desprecio. Él lo sabía, lo sentía.

Sergio retrocedió varios pasos y volvió a embestir la puerta, esta vez rompiéndola en varios pedazos que cayeron al suelo. Entonces, aún con un trozo de madera en el zapato, corrió dentro de la habitación. La figura alta y delgada de Cassandra estaba allí, sola y estática observando su imagen en el espejo. Sus ojos grandes y brillantes recorrían de un lado a otro la superficie vítrea, como si leyese algo. Sin embargo, no había nada escrito.

—¿Ángel? —preguntó suavemente.

Ella tembló y sin dejar de mirar el espejo, se acercó hasta él con pasos lentos y vacilantes. Sergio pudo ver el miedo en sus ojos; un miedo que no entendía.

—No se abría—susurró ella—. No podía salir y yo... No podía, Sergio. ¡No podía!

De repente, todo cambió. El mundo se derrumbó ante sus ojos mientras todo en él se sacudía. Ella no estaba bien, necesitaba ayuda. Volvió a retroceder varios pasos cuando la cruel realidad le susurró al oído aquello que siempre quiso y pudo negar.

Recorrió la habitación como un depredador acechando a su presa. Inspeccionó cada rincón del dormitorio aun sabiendo que aquello tan solo abalaría su teoría. Ella había dicho que su madre había destrozado su habitación. Ambas habían discutido por algo que no había ocurrido realmente. La habitación estaba impoluta.

—¿Por qué has mentido?

El dolor y la tristeza mancharon sus palabras cuando Cassandra lo miró. Lo miró y tuvo el descaro de hacerse la sorprendida por su pregunta. Vio su agonía y aun así siguió mintiéndole. Sergio aguantó las lágrimas mientras Cassandra le explicaba lo ocurrido. Ella aseguraba que su madre sí había entrado en su cuarto. Le recordó que ella misma lo había admitido. Intentaba hacerle creer que milagrosamente todo había vuelto a su estado original. Quería que olvidase lo ocurrido, pero él no podía.

—Una más —empezó a decir—. Tienes una oportunidad más. Si fallas sabes lo que ocurrirá, ángel.

Cassandra desvió su mirada al suelo, encontrándolo más reconfortante que el hielo de su mirada. No creía que Sergio llegara a ser alguna vez capaz de entender el dolor en su pecho cuando él no la creía. Ella no estaba loca, no lo estaba.

—Eso es lo que te ha dicho la doctora, ¿verdad? —preguntó mientras se acercaba.

—No vayas por ahí. Te lo advierto.

Ella ignoró el tono autoritario de su voz y siguió aproximándose a su cuerpo.

—¿Cuándo te ha dicho que va a ingresarme? —Sergio estaba tenso cuando Cassandra quedó demasiado cerca de sus labios—. ¿Antes o después de meterle la polla?

Entonces, la empujó hasta el armario y la miro con detenimiento. Ella era una chica de barrio, maleducada y por tanto, malhablada también. Eso era algo con lo que él había aprendido a vivir, pero no con ataques de rebeldía como aquel.

Inclinándose como siempre hacía para intimidarla, dejó que su respiración bañase aquel cuello de porcelana. Sintió como temblaba contra su cuerpo, e incluso supo cuando sus pequeñas manos se apoyaron en su pecho, sin ninguna intención de apartarlo de su lado. Entonces, acarició aquellos mechones de cabello suave, disfrutando del tacto entre sus dedos.

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