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En el momento en que Anastasia dobló por la esquina del pasillo que daba hacia su habitación, los guardias se percataron de su presencia y, en menos de lo que canta un gallo, ya estaban dando enormes zancadas hasta ella.

Nadie la tocó, sin embargo. Esperando balazos en la cabeza y uno que otro azote en el culo por parte de los pervertidos de este asqueroso lugar, vio con una ceja alzada como un cuerpo en específico salía de entre los guardias.

Úrico, era la palabra que describía a ese hombre. Idiota y bastardo eran los otros sinónimos. Ah, se le olvidaba también gilipollas y... quizá... no, no era pomposo, sino... viejo y lúgubre, como esos personajes de vampiros de los años 70's.

Oh, sí. Como el conde Drácula. Esa apestosa película que su padre consideraba un «clásico». Anastasia simplemente lo veía como una «pérdida de tiempo». Pero, viendo al hombre acercarse, se comenzó a cuestionar toda la jodida historia.

—Hola a ti —lo saludó, agitando su mano—. ¿Me extrañaste?

El hombre soltó un gruñido. Un adorable gruñido. Anastasia se enterneció con tanta muestra de afecto en tan solo unos segundos. Sin embargo, solo pensó en toda la –inexistente– ternura para no hacerle presente al miedo que sintió cuando lo vio aproximarse.

El úrico, idiota, bastardo, gilipollas, viejo lúgubre era conocido tan bien muy bien como Rumpervertido. Mentiría si dijera que no era de él quien esperaba la nalgada en el culo. Asco.

¡Ah! ¡Se le olvidaba esa palabra también! Asco. Anotada.

—¿Dónde demonios estabas, Anastasia? —gruñó Rumpervertido, las aletas de su nariz se abrieron y cerraron ante su brusca inhalación.

Anastasia agitó su mano con despreocupación.

—Oh, estuve por ahí y por allá y por acullá —respondió bobamente, dándole unas palmaditas al pecho de Rumpervertido cuando estuvo frente a él—. Daba un paseo, ya que aquí nadie se digna a sacarme a pasear. Soy una mujer joven, me aburro fácilmente. Mostrarme las instalaciones no matará a nadie, ¿o sí?

Rumpervertido pareció estudiarla durante segundos. Hubo una larga pausa, luego su rostro se desfiguró con ira y enseñó los dientes.

—Maldita perra escurridiza, tuve que llamar a Strucker por tu estúpido juego —la tomó del antebrazo y la encaminó hacia su habitación, sin la menor delicadeza—. Tenemos tus expedientes, ¿recuerdas? Intentaste escapar más de cinco veces en tu antigua base, cada vez estuviste más cerca de la libertad. Strucker tuvo que subir la seguridad por tu culpa.

—Tienes razón en eso, intenté. Si lo habría hecho, ya hubiera tenido sus cabezas colgadas en mi nuevo y cómodo cuarto, con televisión y comida, verdadera comida, por doquier.

Detuvo su andar súbitamente, empujándola contra la pared. Una parte de ella quiso decirle que no se saldría con la suya y, que quizá, algún día, una enorme mierda caería sobre él como castigo.

—¿A quién quieres engañar? —le preguntó, estoico—. Tú y los milagros, además del Soldado, solo pueden soñar con la libertad y una vida normal. Eso se acabó, terminó en delimitaciones que ni yo ni el maldito mundo puede detener. ¿Acaso puedes retroceder en el tiempo? Joder, no. Te pudrirás aquí por el resto de tu vida, quizá más que eso, puesto que serás congelada como lo es el Soldado del Invierno, Pierce te encerrará en esas cápsulas y nadie, nadie te recordará... como a él.

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora