Capítulo 27: Anyazilla.

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27. Anyazilla.


Bucky se detuvo detrás de una pila de cadáveres.

Pegó un salto cuando por poco no pisa una rata, consiguiendo que cayera directamente de culo, maldiciendo. Su aterrizaje tampoco fue muy glamoroso, los cadáveres traquetearon y sus manos tocaron alguna clase de humedad, alguna sustancia pegajosa y maloliente. No obstante, se logró arrastrar hasta ocultarse por completo detrás de un pilar de piedra rasqueteada. Los esqueletos estaban apilados a los lados de su ubicación, dejándole una vista absoluta hacia el pasillo donde Bee debía aparecer.

Desde que lanzó su ataque raro de insectos, había estado rodeado de esas cosas. Sin ser picado, asombrosamente. Sin embargo, Anya era lo que le preocupaba. Cuando las abejas los rodearon a ambos, dejó de sentirla. Bucky se había volteado y la había tomado entre sus brazos, apretándola fuerte contra sí, creyendo que nada los separaría.

Pasaron cinco segundos y ya había perdido el tacto de Anya. No había oído ni un grito ni un quejido, nada que le dijera dónde estaba.

La buscó, apartando abejas por su camino, pero Bee se posó frente a él y lo besó. De la nada. Él intentó apartarse, con todas sus fuerzas, más bien no pudo alejarse, las abejas de Bee lo habían tomado fuertemente, con una energía parecida a la de un hombre robusto y lo habían obligado a permanecer quieto mientras la chiquilla chiflada le besaba.

Un sonido hizo que se tensaba, agazapándose contra el suelo.

Pronto descubrió que la sustancia pegajosa era carne descompuesta.

Aguantó las ganas de vomitar.

—¡Oh! —cantó la chica de pronto, el zumbido de sus abejas era inconfundible. Ella apareció por la entrada, bailando como lo harían aquellos insectos, con una galanura rústica—. Bucky Barnes, una de mis bebés me acaba de decir que eras virgen de piel. Ninguna de ellas, con su lanceta, ha atravesado esa tersa y soñada tez tuya —vio como ella sonreía y alzaba una mano, donde una abeja se posó. De pronto, Bee la tomó y se la comió. Bucky hizo una pronunciada mueca al verla—. Mmmhm. ¡Dioses! Tu sangre, mi querido soldado, es lo más exquisito que he probado nunca.

Dicho eso, abrió su boca y, la abeja que se había comido –tampoco sabía si era la misma– salió volando hasta terminar posándose en su cabello.

—Vamos, no quiero que te escondas de mí, polillita. Sal, sal, pequeño ratoncito. ¿Acaso no te gustó mi beso?

No, no lo había disfrutado. Más bien lo había cabreado.

Técnicamente lo había violado.

—¿Qué dices, bebé? —habló, refiriéndose a una de sus abejas—. Oh, sí, lo sé. Gracias —miró la dirección contraria a la que Bucky se encontraba y caminó hacia allí—. ¿Sabes, polillita? Había apartado a Anastasia de mi camino, porque tengo órdenes de no dañarla, órdenes estrictas que, sino cumplo, me dejarán en una habitación vacía al mando de Bell —sacudió su cabeza—. Deseo no entrar a un cuarto, sola, con ella. Prefiero comerme una abeja antes que ir con ella —los insectos que la rodeaban zumbaron el doble, como el canto del enfado—. Oh, no, no, mis bebés, nunca dije que las traicionaría, sino que... bueno, ustedes conocen a Bell. Nadie quiere ir con ella.

Bucky miró la entrada. Bee se había alejado lo suficiente como para que él se levantara y se echara a correr, pero tenía el presentimiento de que diría algo importante, así que se quedó.

—Bell me ordenó no dañar a Anastasia... Rowling —dicho el apellido, se estremeció—. O el Amo se enfadará mucho —miró detenidamente frente a ella, embobada—. No queremos que el Amo se enfade, ¿verdad? Él hará mucho daño, mucho, mucho daño. A mí y a las demás —su rostro se alegró, recomponiéndose—. Por eso me llevé a Anastasia, pero ella huyó. La muy escurridiza burló a mis bebés.

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora