Capítulo 37: ¿A qué Bucky me dirijo ahora?

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37. ¿A qué Bucky me dirijo ahora?


En cuanto Bucky despertó, sintió un dolor terrible en la cabeza.

Intentó llevar su mano allí, para ver qué provocaba tal aplastante presión y quitarse cualquier aparato o, al menos, ver el tamaño o el área de la inflamación, pero sus manos no alcanzaron a llegar, siendo retenidas por unas ataduras, sonando de fondo unas tintineantes cadenas.

Frunció el ceño, aún con los ojos cerrados y se preguntó qué demonios ocurría. Podía sentir sus ojos sumamente pesados, adoloridos; sin ánimos de querer abrirse. Todo su cuerpo era una marea de sensaciones desagradables que lo tragaba desde los pies hasta el último de sus cabellos, desde su piel hasta sus uñas. Había dolores musculares por todas partes y no entendía muy bien por qué.

Se estiró para ver qué tan grave era la enigmática situación y gimió, y se preguntó si ese aberrante sonido había salido de él o de algún animal agonizando. Había sido una mala idea después de todo. Su cuerpo gritó de dolor, explotó en fuego tan pronto como se batió para estirarse.

¿Qué había hecho ayer? Lo último que recuerda es... nada. Absolutamente nada.

—Steve —llamó la voz de una mujer. Está muy lejos, pensó. Se oía rara, se oía en el vacío, a kilómetros de distancia—. ¡Despertó! ¡Oh, Dios, Bucky despertó!

Oyó pasos apresurados llegar desde la distancia, dos de ellos fuertes pisadas, y unas más delicadas caminar a su alrededor, con nerviosismo. Los pasos se detuvieron frente a él y luego, sintió un cuerpo, una esencia, un aroma, que le ayudó a abrir los ojos, lanzándole agua congelada a la cara.

Gruñó, agradecido y furioso al mismo tiempo por aquel noble gesto. El fuego se había extinguido por lo que parecieron horas, pero volvió casi al instante. Más tarde, captó los párpados más ligeros.

—Bucky —dijo un hombre, con una voz fuerte y ronca—. Bucky, ¿puedes oírme?

Lentamente, abrió los ojos, parpadeando cuantas veces fuera necesario para evitar el escozor de la piel. Su cara se arrugó en una mueca cuando unos ojos azules aparecieron frente a él.

—¿Quién...?

—Qué alivio —suspiró el rubio, sacudiendo la cabeza al verlo parpadear—. Estás bien, un poco magullado, pero al fin bien —sonrió, más tranquilo. Los ojos del hombre subieron hacia una persona que estaba detrás de Bucky—. Temí que te haya dado demasiado fuerte durante la pelea, pero supe contenerme. Te lo dije.

Intentó mirar a quién le hablaba, pero el cuerpo le pesaba una tonelada.

—¿Qué... hago aquí? —preguntó con la voz enronquecida.

Se sacudió, fijándose en el lugar donde la mantenían amarrado. Era una urde grande, donde su brazo biónico estaba sujetado por una gran máquina de presión y unas cadenas aprisionaban su otro brazo y tobillos.

—Te trajimos después de que Swift y Zemo te volvieron el Soldado del Invierno, y sí, casi me matas dos veces, pero estoy feliz de verte finalmente en tu sitio.

—¿Quién... es... Zemo y Swift? ¿Qué hago aquí? ¿Quién es él? —preguntó y se asustó de la reacción del chico rubio y el moreno que estaba a sus espaldas. Los dos lo miraron con los ojos abiertos como platos y las bocas entreabiertas—. ¿Qué?

—Esto es malo —el rubio, Steve, se relamió los labios—. ¿Sabes quién soy yo? —él pareció retractarse de la pregunta y se levantó, serio y rígido—. ¿A qué Bucky me dirijo ahora?

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora