Capítulo 3: Bombas no. Anya feliz.

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3. Bombas no. Anya feliz.



Al volver a la carpa, chocó con algo o, más bien, alguien.

El –enorme– hombre la afirmó antes de que se fuera hacia atrás, posó sus manos enguantadas sobre sus antebrazos y tiró de ella en una postura vertical. En el rápido chequeo, vio que su vestimenta era una chaqueta de aviador marrón y una playera de color vino. Traía puesta una gorra que tapaba la mayoría de sus facciones, sus labios eran finos, pero llenos de una manera... agradable a la vista.

Pero eso no le impidió a Anya enfadarse un poco por su brutalidad.

—Ten más cuidado, amigo. Dudo que no me hayas visto.

El hombre se quedó ahí de pie, hasta que ella fue capaz de oír una ronca risa.

—La tendré, disculpa.

Su voz... era áspera, de esas que sólo podían existir atrofiando la laringe. O no hablando durante mucho, mucho tiempo.

—No hay... problema, creo. Y gracias por evitar que me cayera.

Él dio media vuelta, pagó su entrada y se perdió en la abundando multitud. Ella se quedó mirando por donde había pasado, estática. Algo en ella se removió como un malestar estomacal, pero pensó que era el hambre, así que se la pasó toda la tarde comiendo en los puestos de México, Italia y Chile que tenían los muchachos para venderle al público.



Tank llamó a su puerta a las dos de la mañana, como era ya costumbre. Y desde que le había devuelto el arma, él decía que estaría el doble de atento a ella. Como un padre. Típico de Tank.

Arrastrando sus pies, sintiéndolos pesados, chocó con todas las cosas en su habitación, incluso cayó en la cama de Axel un par de veces.

—Ten cuidado, Ann —le advirtió éste cuando ella cayó sobre su estómago—. Si caes en una mala posición el guardián que ronda mis pantalones podría despertar y comerte.

—Qué asco. —balbuceó ella, aún adormilada.

—Lo dices ahora.

—Lo diré siempre.

—Ya, cállense los dos —se quejó Mike, lanzándoles una almohada que no llegó ni a los pies de su cama—. Hay gente intentando dormir por aquí.

Estuvo lista por fin cuando se vistió decentemente, tomó su cachiporra de la entrada y salió.

—¿La camioneta volvió? —le preguntó a Tank cuando éste le entregaba la linterna maglite.

—Sigue ahí, como todos los días —se despidió sacudiéndole el cabello—. Buena suerte, Bonnie.

Ella asintió, lo despidió con el saludo militar y se fue a recorrer el área.

Fue en esos momentos oscuros y solitarios, como a las cuatro de la mañana, cuando intentaba por todos los medios mantenerse despierta y arrepentirse por haber comido muchas empanadas de queso, cuando escuchó un auto en movimiento.

Se tensó inmediatamente, su primer pensamiento fue que alguien había estado moviendo algún remolque, pero luego entró en la cuenta que el circo no se marcharía de Montreal hasta dentro de una semana. ¿Quién estaría moviendo camiones a las cuatro de la mañana?

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora