Capítulo 6: Corchita Recórcholis.

6.3K 595 354
                                    


6. Corchita Recórcholis.


Iba a golpear al amigo volador del Capitán América.

Se había llevado a Anya, la escuchó gritar y quejarse, pero les perdió la pista a ambos cuando algunos hombres del cargamento lo intersectaron.

Tomó a uno de la cabeza y la estrelló contra su rodilla. Al otro lo tomó del cuello con su brazo izquierdo y empezó a apretar con fuerza, hasta que no pataleó ni lloriqueó. Dejándolos ahí, comenzó la búsqueda de las mujeres restantes.

Cautivas por Stefano Gee, al cual había conocido mientras servía para HYDRA.

Un hombre que asesinó a su familia, un hombre que vendía humanos con o sin capacidades especiales, capacidades como las de Anya. Lo que desconocía, era que Jacob Devereux, el conductor de un circo, estuviera metido en esto. Menos sabía que era el jefe de Anya. Y, ¿qué decir de Anya?

Había sido una sorpresa.

La conoció la otra noche, cuando siguió la camioneta de los hombres de Stefano. Bucky pensaba que había estado trabajando para Gee y sin pensarlo la atacó. Ella había luchado con sudor y garras, con todo lo que tenía. Se llevó una grata sorpresa cuando ella pateó su trasero durante un rato.

—No hace falta matar a nadie por diversión, Buck.

No se permitió tensarse, pero el sonido de esa gutural y armoniosa voz le trajo un revoltijo a sus sentimientos. Y no eran de los buenos.

Steve Rogers.

—No voy a matar a nadie.

Steve miró la masacre que traía tras de sí.

—¿Ah, no?

—No están muertos —se relamió los labios, queriendo enseñarle los dientes, intimidarlo, alejarlo. Cada vez que él se acercaba, los recuerdos venían bruscamente, el dolor, el arrepentimiento se hacía cada vez más frecuente con él cerca. No le gustaba para nada—. No quiero lastimarlos tampoco, estoy aquí por otros asuntos. Más transcendentales que quitarles la vida a personas sin importancia.

—Toda vida es importante.

—Sí —murmuró, dándole la espalda—. Sigue diciéndote eso.

Encontró a más hombres, pero esta vez Steve se interpuso y combatió junto a él. Lo miró sólo unos segundos antes de ignorarlo. Trató, por todos los medios, autoconvencerse sobre que nadie estaba en su mismo equipo, que luchaba solo. Estaba solo en el mundo. Todo era más sencillo así.

Aunque era comunalmente difícil cuando uno de los hombres de Stefano trataba de dispararle o atacarle y un escudo patriótico volaba y lo impedía.

Le cabreó.

Steve peleaba con suavidad, no golpeaba con ganas, sino que se controlaba.

—Si no quieres herir a nadie —comentó Bucky, rompiéndole la nariz a un hombre, oyendo con regocijo como un hueso se rompía—, ¿por qué me ayudas? Que recuerde, no la he pedido.

«No digas porque somos amigos. Yo no tengo amigos».

—No quiero que te conviertas en alguien que no quieres ser.

—¿Qué sabes tú de lo que quiero?

—Créeme, lo sé.

—Creo que estás confundiéndote de hombre —pateó en el estómago a un hombre salido de la nada, esquivó a otro acuclillándose, permitiéndole a Steve encargarse de él con su escudo—. Lo que creía entonces, ya no es lo mismo que pienso ahora. No soy quien dices que soy.

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora