Capítulo 39.5: Teseracto.

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39.5. Teseracto.


Natasha no apartó los ojos de Jackson Rowling mientras este cocinaba huevos con tocino. Tarareaba una canción, irónicamente, de Michael Jackson, y hacía pasos de baile a la par con el ritmo que había modificado en heavy metal.

Cualquier persona que lo viera ahí parado, con pantalones cortos y una camisa floreada, lo consideraría un buen tipo. Alguien inocente. Alguien tranquilo, que no mataría una sola mosca. Alguien que jamás cometería una fechoría.

Gracias a Dios que Natasha no era cualquier persona.

Ese sexto sentido que le enseñaron a desarrollar en sus dolidos años en organizaciones soviéticas, le gritó que lo inmovilizara e incapacitara antes de que pudiera hacer cualquier movimiento que llegara a amenazar su vida. Vio vías de escape, objetos con los que podía pelear.

Se le erizaba la piel el solo pensar en las cosas que ese chico hizo. Mató gente en masa en Edimburgo cuando supuestamente vacacionaba, ayudó a su padre a secuestrar a mujeres inocentes y jóvenes en más de diecisiete países diferentes, era cómplice de maltrato y experimentación en seres humanos y quizá cuántas cosas más. Sin mencionar que casi mata a su compañera de trabajo. Dos veces.

Era obvio que no caería tan fácilmente en su juego –si es que tramaba uno– del cazador y la presa. Lo estudiaba. Desde que llegó no despegó ese ojo analítico que se activaba cuando se sentía en peligro. Veía sus movimientos, estaba absorta en su respiración tranquila, en sus músculos –por si se tensaba–, buscaba alguna tragada de saliva, nervios a la vista, movimientos involuntarios.

Una gota de agua cayó de su cabello hacia su mano, sorprendiéndola.

Había estado tan absorta mirando al chico que se le olvidó pedir una toalla para el cabello. Acababa de darse una ducha gracias a la hospitalidad de Banner y su humilde bañera con poca agua, pero aún no se sentía a gusto cuando ese niño se apoderó de la casona.

—¿Va a quedarse ahí todo el tiempo, agente Romanoff?

Se levantó de los peldaños de las escaleras desde donde observaba y se abrió paso por la cocina con los hombros relajados.

—Depende —dijo ella, con una calma natural—. ¿Planeas ponerle veneno a mi desayuno?

Él soltó una risa entre dientes por su respuesta.

—No, pensaba escupirle, pero dada a su insistencia —partió el tercer huevo sobre la sartén y tiró la cáscara a la basura—. Si hubiera querido matarla, ya estaría muerta. Y si no lo hago... es por el aprecio que le tengo al señor Banner.

—¿Señor Banner? —preguntó, su impertérrito rostro ocultaba todo su con recelo.

Aquello no debía importunarle, en especial porque sabía que Bruce se podía cuidar solo –y bien que podía–, pero le pareció misterioso de todas formas. Tanta familiaridad entre ellos... recordó cuando llegó ayer y cómo es que Bruce se presentó al hijo mayor de William Rowling: «es un amigo», había dicho.

«Amigo».

Clavó nuevamente los ojos en Jackson Rowling mientras éste removía el tocino.

Tramaba algo.

—¿M-mejor ahora? —la trémula y pequeña voz de Bruce importunó sus cavilaciones.

Se volteó para verlo señalar las ropas sueltas que ella traía puestas –una camisa rosa pálida y un pantalón de chándal gris– con un gesto nervioso.

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora