Capítulo 42: ¡Aleluya!

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42. ¡Aleluya!


Para variar Bucky trató de dejarla aquí con la excusa de que era «por su bien».

Ja.

Si le pagaran por cada vez que Buck ha dicho eso... sería pobre, porque eran pocas las veces en las que él se preocupaba seriamente por su integridad física. Pero, conociendo los hechos y las consecuencias de la estupidez humana creada por la televisión y el individualismo, caía en la interrogativa más común: ¿por qué no tuvieron sexo una última vez antes de morir?

Era en lo único que pensaba mientras ajustaba su cinturón de seguridad, absorta en imágenes.

Anya no comprende el ruido y se queda mirando un punto fijo. Sus pensamientos van tan rápidos que no puede parar de recordar; HYDRA, su infancia, lo de anoche, el circo, la misión, Bucky... su risa le llegó como la abolición de un tren.

Él había reído, pero no había durado. Las pesadillas lo habían atacado, y allí actuó ella, despejándolo, pero fue difícil. Él ahora sufría más, temía más, porque la tenía a ella, porque tenía algo que perder –sus palabras, no suyas– porque ahora tenía una oportunidad de lo que alguna vez había añorado. Aún recuerda cuando le dijo, a través de los barrotes:

—Una familia.

Melodía, luego... el retumbar de autos abriéndose y cerrándose, hombres gritando órdenes, armas siendo cargadas.

Volvió a la realidad. Misión. Loki. Última oportunidad de estar con Bucky.

Botó el aire de sus pulmones y se relajó. Su déficit atencional a veces hacía eso, la despistaba tanto que sólo podía concentrarse en sí misma y en los atronadores pensamientos que la invadían.

Ahora sí, estaba al cien por ciento.

Como esta misión era financiada por el gobierno, no irían en quinjet ni en ningún vehículo que posea poder alienígena. Irían en un SUV hasta el aeropuerto de Nueva York y luego se irían derechito a Inglaterra en un jet privado.

Ajá, lo sabía: fansy. Al parecer al general Ross le gustaba malgastar en verse bien y cool, sin importar que lo agobie el lumbago. Y no lo culpaba tampoco. Cualquiera con esas arrugas trata de compensar todo con dinero. O compensar algo más con el dinero.

Bucky estaba afuera del auto conversando con Steve y con el equipo que los acompañaría tras Loki, de los cuales no conocía a ninguno. Todos se veían tan rudos y malos, del tipo: «como clavos y cianuro para el desayuno, la leche y el cereal es para maricas».

Ahora estaba volviéndose a cuestionar la versatilidad de la estupidez humana.

Los labios de Bucky se movían y de vez en cuando se apretaban en una mueca, tenía un chupón en su cuello y él no se molestó en ocultarlo, había dicho que le daba igual, ya que podía ser visto como un moratón. Claro, soldado. Anya lo miró, fascinada.

¿Era muy desfachatada la idea de amar tanto a alguien que sin pensarlo dos veces moriría en su lugar? ¿Acaso estaba mal que ella sintiera eso por Bucky y que estaba dispuesta a cualquier cosa por hacerlo feliz, incluso dejarlo ir?

Una puerta se abrió, apartándola de sus pensamientos y chilló por la sorpresa de un cuerpo cercano al suyo.

Sean, uno de los hombres que irían con ellos en la misión, entró y tomó asiento junto a ella.

Él no se veía tan asesino, pero aun así tenía el aura de ex convicto que le ponía los pelos de punta. Okey, estaba siendo muy mezquina, pero era en serio cuando decía que todos eran una versión legal –y menos tatuada– de Tank en empleos gubernamentales. Bucky era un oso de peluche al lado de estos enormes... príncipes... de la... ¿lucha?

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora