Capítulo 29: Te has enamorado de Rowling.

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29. Te has enamorado de Rowling.


—¡Que no! —gritó Anya, un tanto –bastante– mosqueada—. ¿Acaso no entiendes que es no la respuesta? Me has preguntado ya seis veces la misma maldita pregunta.

—Anya... —empezó de nuevo. Y ella, a sabiendas qué iba a preguntarle, rodó los ojos, golpeando el mando de control con su puño.

—No, Buck, no se puede encender la comunicación con Stark —presionó el botón de su traje, una y otra vez, de forma brusca para que él notara que hablaba en serio—. ¿Ves? Ningún brillo, ningún multimillonario hablando sobre sus experiencias en bares. Nada pasa.

Ante ello, el soldado pareció verse desanimado, desviando sus oscuros ojos hacia el frente. Anya ya ni siquiera lo miraba, estaban a punto de llegar a Siberia y no tenían idea de qué les deparaba ahí. Más de cinco horas ahí metidos, cuestionándose qué hacer con la máquina, cuestionándose quién pudo haber sido el malnacido que los había puesto a ambos ahí dentro.

Y quién iba a ser el desgraciado infeliz en recibir una paliza de Anya.

—Debe de haber alguna forma de comunicarnos con el resto —insistió Bucky—, al menos desde tierra podremos tener más posibilidades.

—No la hay, creo. Pero no te preocupes, Stark tiene un sistema que rastrea todos quinjets, ¿verdad? —alzó sus hombros—. Sólo hay que esperar a que decida venir por nosotros.

El quinjet de pronto pegó un remezón. Afuera ya no se podía ver nada, sólo nieve y nubes gigantescas de color gris. El cielo estaba decorándose con colores claros, anunciando el amanecer que pronto saldría. Mientras tanto, ellos ahora iban cayendo de frente hacia el suelo.

—¡Ponte el cinturón! —gritó Bucky.

Anya, a diferencia de esa vez en Montreal, le haría caso. Por primera vez en mucho tiempo le haría caso a Bucky. ¡Vaya racha!

Bueno, lo hacía solo por experiencia. No quería repetirse la tunda que se había dado.

Cayó sentada en el asiento del copiloto y se puso el cinturón de seguridad tan rápido como el piso se ladeó. Ambos quedaron boca abajo, el quinjet se había ido de punta. Bucky, a su lado, tomó el mando de la nave con un rostro de desesperación, pero ésta no respondió. Los sonidos silbante a su alrededor eran abrumadores, le hacían olvidar que estaban a punto de estrellarse. Su cabello se iba hacia atrás, un grito de miedo se atoró en su garganta, más bien no hizo nada por querer salir.

No iban a morir. Les pasaría algo mucho peor; un golpe de aquellos. Heridas, lesiones. Oh, dioses, eso era peor que morir, por lejos.

De repente, una luz verde se mostró en el mando, iluminando la oscuridad de la cabina. Tanto Bucky como Anya lo miraron, leyendo el símbolo que el botón mostraba.

—¿Ese es...?

—El piloto automático —terminó Bucky—. Presiónalo —exigió, intentando nuevamente levantar la nave.

Anya se estiró y golpeó el botón. Ésta vez, los comandos respondieron al exigente tirón del volante. El quinjet se alzó a último minuto, cuando Anya ya estaba que se meaba en los pantalones y, del infarto instantáneo que se pegó, su alma se elevaba por sobre su cabeza como el fantasma Casper. Gracias al bendito Bucky-boo.

—¡Lo tengo!

Con una mano temblorosa, Anya le enseñó un pulgar en alto; mostrándole una sonrisa forzada.

WINTER ART • Bucky Barnes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora