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Una chica entre ángeles.

Cuando la luz del amanecer se coló por las ventanas de la habitación, Marissa supo que la cálida noche que la había escondido de su realidad se había esfumado, las paredes se mancharon de luz, la calidez de un nuevo día se instauro tan rápido, que le costo trabajo asimilar que era momento de dejar la seguridad de la cama para encaminarse a otro día del cuál no tenía certeza alguna. Max se removió a su lado, acurrucándose contra su brazo, tratando de evitar que Marissa se moviera.

Al parecer, no era la única que se rehusaba a abandonar la cama.

—¡Buenos días! —una dulce voz rompió el silencio, Elizabeth se encontraba en la puerta, sonriendo como las veces anteriores en las que Marissa la había visto.

—Buenos días —Marissa no pudo rehusarse a lo inevitable, desplazó con delicadeza el cuerpo de Max y logro incorporarse lo suficiente como para sentarse. El niño gruño y se acurruco de nuevo, pero esta vez, contra la almohada.

—Es muy tierno —los ojos azules de Elizabeth bailaron sobre el pequeño bulto de sabanas donde Max se había escondido. Marissa sonrió.

—¿Pasa algo? —Marissa no podía dejar pasar lo sucedido, era poco probable que Elizabeth se hubiera tomado la molestia de despertarla solo porque sí, le preocupaba que hubiera más malas noticias, a pesar de que Elizabeth lucía sumamente contenta.

—Tranquila, todo esta bien, solo quería avisarte que te estamos esperando abajo, eres la única aquí que necesita comer y Abby se ha entusiasmado demasiado en tu desayuno, en lo personal debo agradecerte porque comer es toda una experiencia, casi hasta puedo imaginar lo que es tener hambre —los nervios de Marissa florecieron en su piel, recordaba su incomodo encuentro con uno de los ángeles invitados, seguramente todos estarían abajo, en el gran comedor. No necesitaba algo como eso, estaba agotada, agotada para tener más cosas de las cuales preocuparse.

—Max y yo podemos comer algo aquí, para no importunar a las visitas —agregó Marissa con una mirada suplicante. La sonrisa de Elizabeth se expandió y negó con la cabeza.

—¿Nerviosa? No debes estarlo, ninguno de nosotros muerde, además, Abby esta ansiosa porque veas el banquete que preparo para ti —Elizabeth no lo entendía, Marissa se sintió asfixiada de solo imaginar una habitación con extraños que muy probablemente juzgarían su estancia dada su "naturaleza".

—De acuerdo, tomaré un baño y luego...

—Pensé que jamás dirías eso, puedes arreglarte en mi habitación, tengo un par de cosas que seguramente te quedaran maravillosas —Elizabeth la tomó de la mano, la sacó de la habitación y prometió que después de terminar con ella, se encargaría de que el pequeño Max luciera como un verdadero príncipe.

El pasillo se estrechó, giraron a la derecha siguiendo una dirección que Marissa no recordaba y cuando llegaron a la habitación de Elizabeth, Marissa solo pudo ahogar una exclamación. El cuarto era grande, con los muros teñidos de un blanco tan puro, que resultaba irreal, dos ventanas circulares adornaban una de las paredes, una de ellas estaba cerrada y la otra abierta, dejando entrar una gran enredadera que se deslizaba como un arroyo, cayendo sobre el suelo, convirtiéndolo en un lago de hojas con forma de estrella y hermosas rosas rojas, cuyos tallos curiosamente carecían de espinas. La cama era enorme, adornada con seda que brillaba como la plata y almohadas cual nubes, todo era hermoso.

—Es precioso —Marissa no tenía palabras para describir lo que sus ojos veían.

—En mi opinión particular, nada supera la habitación de Daniel.

—¿La habitación de Daniel? —cuestiono Marissa, Elizabeth asintió y la empujo dentro de la habitación, donde sus pies floraron sobre las flores que no parecían resentir el hecho de que estuvieran pisándolas.

Recuerdos Ocultos |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora