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La llegada (parte#3)

Mientras Elizabeth caminaba por la calle, su mirada viajo a las pocas personas que se movían entre los edificios de un Londres que no tardaría en ver el amanecer, un hombre joven bajaba varias cajas de un pequeño camión, listo para preparar todo lo necesario al abrir su local. 

— Se ven demasiado despreocupados ¿no te parece?— pregunto la chica dirigiendo sus ojos a un pareja de ancianos preparados para abrir su panadería, le gustaba observar a las personas e imaginar las vidas que llevaban, escenas breves de momentos en los que ellos eran los protagonistas.

—Son humanos— Abel estaba delante de ella, moviéndose sin mirar, la vida humana siempre le había parecido algo que no valía la pena analizar a fondo, creía con fervor que había cosas que era mejor ignorar, puesto que conocerlas no cambiaría nada en él.

—Lo sé, pero hay veces que no lo entiendo, su fragilidad es considerable y aun así, viven como si los días y las noches estuvieran asegurados, su ignorancia los hace libres—la pareja de ancianos que Elizabeth observaba se giro en su dirección y la saludaron amablemente. 

—No hay tiempo para esto, Elizabeth, demonos prisa— la chica desapareció de la calle con su compañero dejando su propia historia para esa pareja de ancianos se esfumara como una simple columna de humo.

—Me gustaría ser como ellos— la idea de ser libre de un conocimiento que los obligaba a actuar llenos de perfección la hacia sentirse agotada la mayor parte del tiempo, solo quería un momento de libertad, solo uno y podría seguir adelante. 

Abel se detuvo después de un rato, la bodega que Abi les había señalado en el mapa estaba frente a ellos, deplorable y cayéndose a pedazos, un lugar que poseía un cartel de renta, pero que no parecía en absoluto un lugar fiable para invertir.

—Bien, entre más rápido mejor— las puertas rechinaron cuando Abel rompió el candado y las empujo con fuerza, las vigas superiores temblaron y soltaron pesadas capas de polvo, las ventanas estaban rotas, llena de mugre y cubiertas por trozos de madera cortados sin cuidado. 

—¿Qué es esa peste?— Abel tenía razón, un olor desagradable brotaba del suelo y de las paredes obligandolos a cubrirse la boca y la nariz.

—¿Es aquí? ¿De verdad caerán aquí?— cuestiono Elizabeth preguntándose la razón por la que un ángel quisiera un lugar como ese para caer. El mundo humano, ciertamente, tenía lugares muy hermosos.

—Supongo que la discreción vale más que la dignidad— Abel dio un paso adelante y entonces un chirrido espantoso llamó su atención. Ambos se tensaron, su mirada viajo a cada rincón del lugar, sus sentidos despertaron tratando de alcanzar cualquier fuente de peligro cercana que valiera la pena enfrentar, para su sorpresa el sonido fue causado por un cuerpo que se desplomaba entre las espesas vigas que cubrían el techo de la bodega.

Una vez en el piso, Elizabeth pudo respirar más tranquila.

—¡Ay!— grito una voz masculina, un joven de cabello castaño oscuro con rizos dibujados en perfectas ondas; sus ojos eran de un tono avellana acompañados de unas largas pestañas. Ciertamente un ángel. Uno muy descuidado.

—¿Quién eres tu?—la voz de Elizabeth fue casi un murmullo.

— ¡Ay, ay! fue mi culpa, no medí la distancia y ciertamente no medí la fuerza de la caída, un descuido, solo eso— el chico comenzó a incorporarse dolorosamente, quitándose el pelo de la frente.

—¿Estás bien?— dijo Abel con una seguridad irrompible en su voz mientras miraba de reojo a Elizabeth con una extraña expresión en su rostro. Ambos estaban confundidos pero al menos uno de ellos guardaba la calma.

Recuerdos Ocultos |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora