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Advertencia.

La sala de maestros no era más que un cuarto lleno de libros, con dos mesas escondidas entre 3 estantes desgastados por el tiempo, al fondo había un par de sofás y más a la esquina, se escondía una lámpara que había dejado de funcionar. El lugar olía a libros, a tinta y a polvo. Marissa había entrado un par de veces, recorrer el jardín trasero se había convertido en algo común cuando había tomado clase de filosofía con el profesor Arturo, de 70 años, que tenía problemas para moverse con cientos de libros que siempre llevaba en su mochila, buscando alumnos a los cuales prestárselos. Marissa se ofrecía a ayudarle con la carga y de ves en cuando, aprovechaba para llevarse un libro a casa.

En esas ocasiones, Marissa había sentido que el lugar era un escondite, tejido en letras y sabiduría, algo parecido a la casa de un brujo que tenía todas las respuestas. Antes se había sentido segura...

Ahora le aterraba pensar que nada es lo que parece y que, en cualquier momento, las sombras se alzarían de las paredes para atraparla y hundirla.

—Puedes tomar asiento si quieres —la voz del profesor atravesó sus oídos interrumpiendo sus pensamientos, Marissa negó con la cabeza, prefiriendo permanecer de pie, lista para correr en caso de que la situación lo ameritará.

El profesor Walter tomó asiento sobre uno de los polvorientos sofás y se quito las gafas que escondían lo curiosos de sus ojos verdes, el cabello castaño que llevaba hasta los hombros fue recogido por sus manos hasta formar un pequeño chongo.

No lucía contento.

—¿Qué sucede? —Marissa imaginaba que un par de días ausente no serían suficientes para causarle problemas, retomaría las clases y se pondría al corriente una vez que todo retomará su curso.

—Te notó nerviosa —la mirada del hombre la golpeo con fuerza, la observaba como si conociera cada uno de sus movimientos, como si supiera las cosas que pensaba, lo que diría.

—Yo... debo ir a clase, me he ausentado mucho, no quiero perder más tiempo, es todo —mentir jamás sería fácil, lo supo al sentir que sus labios temblaban, delatando su patético intento.

El profesor Walter sonrió, pero el gesto jamás llego a sus ojos.

—¿Es eso lo que más te preocupa ahora? —se puso de pie y por instinto, Marissa dio un paso atrás, chocando con una de las mesas.

—No debes estar nerviosa, Marissa, jamás te haría daño —la mirada de la chica se desplomó, las ideas de Giselle estaban comenzando a corromper su mente, imaginar que el profesor estaba involucrado en sus problemas solo la había guiado al miedo.

—Lo sé, es solo que... profesor, quiero irme.

—No puedo dejar que te vayas.

La respiración de la chica se detuvo.

—Estoy bastante consciente de que estos días han convertido tu confianza en un afilado trozo de cristal, desconfiado y frágil, pero, aunque tengas miedo, no puedo dejar que salgas de esta habitación sin que escuches lo que tengo que decirte —agrego él atrayendo la total atención de Marissa ¿sabía algo? ¿Giselle había acertado al desconfiar del profesor?

—Sé que tu familia fue asesinada por demonios —Marissa no lo entendía ¿cómo podía saber eso?

—Tengo que irme —Marissa dio dos pasos antes de que la mano de su profesor se aferrará con fuerza a su brazo.

—Lo lamento mucho Marissa, pero por más cruel que suene, esto te hará las cosas más sencillas —Marissa era bombardeada por dudas que no la dejaban hablar con claridad, miro a todos lados para evitar llorar.

Recuerdos Ocultos |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora