*Epílogo*

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Recuerdos Ocultos.

Desesperación.

La sentía desbordarse a través de su piel, recorriendo cada centímetro de su existencia, fría como la tempestad. No tenía control, sus emociones fluían con rapidez, escapándose entre sus dedos, ahogándolo ante el novedoso vacío que era imposible de llenar.

Dorian cayó sobre el césped golpeándose con fuerza, sus músculos aullaron al entrar en contacto con el suelo, ahogó un grito y permitió a sus pensamientos desmoronarse lentamente dentro de su caótica mente. Cada idea se desvanecía tan pronto como era formulada, su racionalidad colapso, siendo opacada por la salvaje sensación de abandono.

El amargo olor de la muerte lo hizo estremecer. Demonios  lo rodeaban, sus extremidades afiladas hacían temblar el aire en su dirección, sus voces agonizantes rompían su concentración. Miles de murmullos sin sentido lo aplastaron, asfixiando su propia voz en medio de palabras que se entrelazaban unas con otras constituyendo un sonido áspero e irregular.

Lo asechaban mientras él buscaba la fuerza necesaria para reponerse.

—No hay salida —las voces se sobrepusieron unas sobre otras, repitiendo la frase una y otra vez.

Dorian tembló contra el aliento cálido de sus cazadores, apoyó las manos en el suelo y se levantó haciendo a un lado el terrible ardor que le recorrió el pecho. Su corazón se detuvo.

Ante él, un rostro firme como el acero le devolvió la mirada. Los rastros suaves se afilaron en una expresión de valentía, y por un momento olvido quien era.

La joven ángel frunció el ceño y suspiro brevemente. Estaba indignada.

—Dorian, levántate— su voz fue un dulce bálsamo que hidrato su ya marchitado espíritu. Sus manos suaves se posicionaron en sus mejillas y lo obligaron a mantener los ojos abiertos, lo obligaron a recordar la realidad que lo aquejaba.

—¿Qué haces aquí? —su miedo se desdibujó para luego sobrepasar los bordes nítidos que él mismo le había puesto. 

Ella no debía estar ahí.

—Lo sabes bien, ni ahora, ni nunca, he estado dispuesta a dar la espalda ante los problemas, por más grandes que estos fuesen —el corazón de Dorian se desplomó.

—No debes estar aquí —la expresión de la joven se endureció, otorgándole a su cálida mirada un filo imposible de ignorar.

—No tuve elección —sus alas se sacudieron, la chica apretó los puños y cerró los ojos privando a Dorian de todos los secretos que podrían ser revelados si tan solo pudiera observarlos unos segundos más.

—¿Qué sucedió?

—Se lo llevaron, a Anthony, no pude tolerar la idea de perderlo, lo matarían si no hacía algo al respecto —la impotencia en su voz fue suficiente para hacerlo estremecer.

—¿Qué fue lo que hiciste? —el miedo ya era demasiado grande, tanto como para inmovilizarlo, tanto como para destrozarlo.

—Perdóname —sus lágrimas lo descolocaron, su toque termino por hacerlo perder la noción de la realidad cuando ella se lanzó a sus brazos, envolviéndolo en un abrazo profundo — Te amo, te amo más que a nada.

—Yo... —la voz de Dorian se rompió y entonces la oscuridad despertó a su alrededor, demonios los atraparon en un círculo de sombras en movimiento, Dorian actuó por impulso y se lanzó hacia adelante buscando protegerla.

—Dorian —detrás de él, la chica se encontraba en el suelo, abrazándose a sí misma, sangrando.

Dorian gritó cuando los demonios la arrastraron hacia ellos, alejándola de él, desgarrando sus alas, salpicando sangre y plumas que caían a su paso, creando un horripilante rastro de la alguna vez fue el amor de su vida.

Sus gritos, como afilados cuchillos lo hicieron sangrar.

Durante las pesadillas anteriores, sus labios permanecían cerrados por más que él quería llamarla a través de las sombras que se extendían sobre ellos. Su propia boca se negaba a pronunciar su nombre.

Sin embargo, en esta ocasión, la necesidad de saborear su nombre una vez más fue tan grande como el propio impulso del despertar, y mientras la veía desaparecer en medio de sangre y oscuridad, Dorian abrió la boca y... gritó.

—¡Marissa!


FIN DEL PRIMER LIBRO

Recuerdos Ocultos |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora