Capítulo X

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— ¡Matías!... Matías... Dios. —Suelto mientras corro y llego hasta donde yace. Escupe sangre y sostiene su abdomen adolorido.

— ¡Hijos de puta! —Grita Marcos, antes de que el último hombre suba a la camioneta negra y esta arranque a toda velocidad.

Yo, por otra parte me concentro en ayudar al chico a mi lado; lleva su nariz rota, el final de su ceja derecha partida y ante tanta sangre regada no se diferenciar que otra parte más.

—Fueron cuatro... —Susurra Matias, y suelta un gemido de dolor. Mis manos tiemblan mientras trato de colocarlo en la mejor posición. Ahora mismo no se qué hacer, no puedo pensar con claridad cuando se trata de él y más aun cuando se trata de su seguridad, de su vida...

Mis padres llegan segundos después y toman a Matias para atenderlo y darle los primeros auxilios.

—Ya llame a una ambulancia —Suelta mi madre mientras acomoda el sobretodo de su pijama —Iré con él, ya avise a sus padres.

Admito que escuchar eso hizo que mi corazón saltara asustado. Esas personas van a odiarme, si es que ya no lo hacen... estoy destinada a destruir la vida de sus dos hijos.

—No lo hagas... —Susurra Matias, mientras mi padre lo ayuda a sentarse —. Nada de esto es tu culpa. —Lo observo confundida mientras ladeo la cabeza. Me conoce bastante al parecer.

—Yo... —No sabía que decir, toda esta situación, mi pasado, mi cabeza era un remolino de recuerdos y culpas.

—Me he metido en algunos problemas, también los tengo, ¿Sabias? —Vuelve hablar. ¿En qué problemas podría meterse Matias? —. Solo no me dejes solo... —Asiento nerviosa, abriendo y cerrando mis manos ahora sudorosas, tragando el nudo en mi garganta.

La ambulancia llega rápido y la policía anuncio que están barriendo toda el área en busca de la camioneta negra donde huyeron los hombres que dañaron a Matias. Marcos fue interrogado ya que vio casi todo lo que paso.

El vio salir a Matias de casa, también vio cuando los hombres con capuchas lo interceptaron y lo golpearon contra su auto; haciendo que este activara su alarma y después de eso... golpes, golpes y más golpes.

—Gracias a Dios no rompieron ninguna costilla, ni hubieron contusiones en su cabeza, solo fueron golpes. Podrás irte hoy mismo, hijo. —Anuncia el médico amigo de mi madre. Solté el aire que no sabía contenía dentro de mí, temía que le hubiese pasado algo peor.

— ¿Podrías quedarte en casa hoy? —Pregunta Matías tomando mi mano, puse mis ojos en blanco. No podía darle una respuesta, no estando frente a mis padres y a los suyos. ¿Qué iban a pensar?

—Acompáñalo, Sam. Nosotros volveremos a casa. Y por favor, llámennos si necesitan cualquier cosa. —Habla mi madre.

—Muchísimas gracias por todo. —Habla la madre de Matias, con ojos llorosos—. De verdad, gracias por estar siempre con nosotros.

¿Estar con ustedes? Por Dios, por estar conmigo es que su vida ha sido caos y tristezas.

En el camino no digo nada; no me permito. Mis padres y mi hermano se han ido a casa y yo... yo me vine con Matias y sus padres a la suya. El silencio en el auto fue incomodo y, aunque la señora Russel quiso sacarme conversación no me permití seguir con ella. No me sentía cómoda con todo esto, algo me decía que yo soy la culpable.

Al llegar lo ayudo a subir a su habitación, ninguno de los dos dice nada mientras nos encontramos allí, por lo que decido bajar por un vaso de agua.

-SAM-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora