–Maldición Katherine. Debiste haberme dicho, joder mira lo que causé. –Una voz familiar gruñe.Abro los ojos lentamente, mis párpados se sienten tan pesados y la luz demasiado intensa que lo cierro un par de veces, pestañeo y los abro completamente, adaptándome a la luz y enfocándome en el techo blanco; se parece a mi habitación pero claramente no lo es, la pintura se está descascarando y se puede ver la anterior que es de un verde claro. Es la segunda vez que despierto con la visión fija en algo desconocido.
Mi nariz se inunda del olor a antiséptico propio de un hospital. Reúno un poco de fuerza y volteo mi cabeza hacia la derecha y me topo con la espalda de una persona, claramente un muchacho, inclinado hacia delante de modo que su rostro estaba enterrado en la sábana de la cama en la que me encuentro.
Repentinamente recuerdo al chico, por su olor, por su olor y por el color de su cabello. También recuerdo todo lo que pasó en el parque.
No digo nada y sigo escuchando.
–Si te hubiera llevado antes al hospital ahora no estaría dándote sangre cada vez que necesitas, y no estarías en coma. Todos estos años que no has despertado me la pasé imaginando como hubiera sido nuestras vidas si no hubiésemos chocado y nos hubiéramos conocido de manera diferente. Ahora tú llevarías un hijo mío en tu vientre por todo el sexo salvaje que habríamos tenido. Sé nena, que soy irresistible y la primera vez que nos vimos no aguantaste lanzarte a mis brazos para no despedirte de mí. –Los hombros le tiemblan como si estuviera llorando.
Me quedo en shock. ¿Yo, en coma? Esto no puede estar pasando, no puede pasar ¿cómo? Si recuerdo el parque como si fuera ayer, como si todo hubiese sucedido hace unas pocas horas atrás. La mente me puede estar engañando ¿cierto? Había oído que las personas que estuvieron en coma, por un largo tiempo, despiertan con el tiempo atrasado como si fuese ayer todo lo que ocurrió y no diez años enteros.
¿Me perdí diez años enteros? ¿Qué habrá ocurrido con mi mamá? ¿Me perdí mi graduación? ¿Me perdí la universidad? ¿Perdí a mis amigos? Las preguntas se acumulaban en mi mente una tras otra.
Una lágrima se deslizó por mi rostro cayendo en las sábanas blancas oscureciendo y formando un pequeño círculo gris en ellas.
Aprieto con fuerza la mano del chico que sostiene la mía.
El levanta la vista con una sonrisa en el rostro, esa sonrisa que reconocía y cuando la ponía era porque algo lo hacía a propósito. Esa sonrisa detiene mis lágrimas y escruto lo que lleva puesto, la remera gris que arrugué con mi apretado agarre me saluda con diversión, y su abrigo fino de algodón en el mismo lugar, abierto dejando al descubierto la mayoría de su remera. Suelto bruscamente su mano.
Joder, he sido engañada por un idiota.
–Lo sé, merezco un óscar. –Finge quitarse un sombrero invisible.
Quiero gritar, golpear y arañar a alguien en la cara, y ese alguien está justo enfrente de mí. Lo odio, lo odio con todas mis fuerzas. Nunca nadie me ha sacado una lágrima, ni siquiera mi papá cuando me dejó, ni siquiera mi novio cuando me engañó y este tipo me sacó una buena cantidad de lágrimas, lágrimas derrochadas y todo por alguien tan arrogante e idiota que no sabe cuándo actuar seriamente.
–Lo que mereces es que alguien te deje sin descendientes. –Hablo con todo el enfado que puedo demostrar.
– ¿Es una manera sutil para decir que me patearas en las pelotas?
–Puedes pensar lo que quieras. La navaja suiza que llevo entre mis pechos no dirá lo mismo.
Abre los ojos con sorpresa.
– ¿Es una broma?
Era una broma seria, pero él no tenía por qué saberlo. Ni siquiera sabía manejar un arma y mucho menos una simple navaja. Además no me arriesgaría a guardarlo ahí, como si quisiera que me corte un pecho.
– ¿Crees que es una broma? Nunca he sido más seria en mi vida. –Aparto la manta para incorporarme, y me siento en el borde de la cama.
El dolor ha cesado un poco, pero no lo suficiente como para no darme cuenta que la herida estaba ahí. Agarro puñados de la manta con fuerza aferrándome a algo para amortiguar la punzada de dolor.
Estaba decidida a darle una lección a este chico. Mis ojos transmitían la ira que sentía y que estaba decidida a demostrar y que el dolor impedía.
Me paro dispuesta a todo. Estoy descalza y el piso está frío, doy un paso. Y miro lo que llevo puesto, en algún momento de mi pérdida de conocimiento me cambiaron la ropa por un atuendo de hospital. La sola idea de alguien viéndome en ropa interior me incomoda.
–No deberías hacer eso.
–Hago lo que quiero. –Estaba determinada en arrojarme sobre él y clavarle mis uñas en su perfecto rostro.
Aprieto los puños con fuerza clavándome las uñas en las palmas.
La puerta se abre revelando a un doctor, salvándolo de lo que le estaba por hacer.
El doctor era joven y guapo, probablemente en sus veintiséis, pero eso no quitaba el miedo que sentía hacia ellos y el hospital. Lleva un estetoscopio alrededor de su cuello y un bolígrafo en el bolsillo de su bata. En la mano lleva una plancheta con hojas que supuse eran mi informe. En su rostro se podía ver como fruncía sus cejas.
–Señorita, ¿Qué hace usted fuera de la cama?
Agacho mi cabeza y murmuro una disculpa.
–Veo que conoces a Evan, y supongo que esa expresión de rabia es por él. A veces puede ser exasperante, no le hagas caso.
Levanto la cabeza, con sorpresa escrito en cada centímetro en mi rostro. ¿Estos dos se conocían?
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Prometo Fingir Amarte
RomanceTodo lo que puedo decir es que Evan Black es alguien con muchos misterios, a parte de ser un chico malo, con tatuajes en el pecho y la espalda; que lo dejan caliente, peligroso y prohibido. Pero no todo es perfecto, él tiene un pasado que ni su somb...