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Narra Madeline.

Caminaba de la mano con Mónica, estábamos tan contentas las dos, que ahora mismo no pensábamos en nada más, ni en que haríamos mañana, ni en que habíamos hecho ayer.

Solo charlabamos de cosas tontas, como lo solíamos hacer antes, cosas de mi trabajo o ese estilo, no tan importantes.

—Tengo hambre —dije acariciando mi estómago.
—Traje comida en el auto —me respondió ella.

Fuimos hasta su auto y sacó de el dos emparedados y dos bebidas, ambos emparedados ya estaban mordidos.

—¿Venías con alguien más? —pregunté de la nada.
—¿Qué? No, lo que pasa es que como venía manejando, pues tome primero un emparedado y lo mordí y después tome el otro por accidente —ambas reímos.

Después de haber comido un poco, nos subimos al cofre de su auto y nos recostamos ahí, la luna se veía tan grande y por ende, las olas del mar eran enormes; las estrellas brillaban con tal fuerza que no necesitábamos de alguna lampara para distinguir a lo lejos.

Mónica miraba el cielo y yo a ella, no podía evitar no hacerlo, verla me hacia feliz, sus largas pestañas, sus labios, sus ojos, no podía dejar de apreciar a la mujer que tengo ahora a mi lado.

Mónica se dio cuenta y volteo a verme, al mirarme no pude evitar que mis mejillas se tornaran rosas, las sentía calientes, sonreí algo apenada, ella me devolvió la sonrisa.

—Mad, mira las estrellas, mira como brillan porque estás aquí conmigo —susurró.

Gire mi rostro para ver el cielo estrellado, mi mano fue a la suya y la tome con seguridad. Ella aún más atrevida se giro y se acerco más a mi para rodearme con sus brazos y colocar su cabeza en mi pecho.

Yo acariciaba un mechón suelto de su cabello hasta que note que se había quedado dormida, su respiración era tan tranquila, me hacia sentir bien.

  ...

Abrí mis ojos encontrándome en el mismo sitio donde estaba, en la misma posición pero ahora Mónica acariciaba mi abdomen, me estremecí haciendo que ella subiera la mirada asustada.

—Oh, te desperté —susurró ella—. Lo lamento.
—No dejes de hacerlo —le respondí sonriendo y ella asintió.

Volvió a acariciar mi abdomen sobre la camiseta que llevaba puesta y después de unos minutos, metió su mano abajo de mi camiseta y la subió lentamente hasta llegar a mis pechos, comenzó a acariciar por sobre el sostén, comenzó a besarme y yo ahogaba gemidos de excitación, Mónica sabía perfectamente como erizarme la piel.

Beso y mordió mi cuello, bajó su mano hasta ponerla alrededor de mi cintura haciendo que me acercará más a ella. Gemí y ella sonrió complacida.

—Mónica... —susurré.

Mónica bajo su mano hasta llegar a mi cadera y ya ahí, se separó.

—¿Qué? —pregunté agitada y un tanto molesta de que cortará las cosas de golpe.
—Pues tienes que llegar virgen al altar —respondió ella.

Nos quedamos calladas mirándonos, hasta que ambas soltamos una carcajada, de virgen no teníamos nada.

—¡Tonta! —grité y baje del cofre para meterme al auto.

Mónica se quedó afuera mirando el mar, aproveché eso para quitarme la camiseta y pantalón para quedar en sostén y bragas.

—¡Mónica! —grité.

Me Enamoré de la NoviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora