—Puedo sostenerte entre mis brazos eternamente —murmuró Ross en la coronilla del cabello de la castaña desconocida con la que solía tener sexo sin saber un solo dato más.
Laura levantó la cara que había estado reposando bajo su barbilla. Estaban totalmente enrollados en las sabanas. Piernas mezcladas y brazos perfectamente. Brindándose el calor necesario debido a la fría noche y al frío de sus almas desoladas en busca de un refugio, estaban en ese refugio. Porque ambos eran el uno para el otro exactamente lo que necesitaban... solo que faltaba poco para que se diesen cuenta. Finalmente habían recuperado el aliento, las horas eran inexistentes cuando estaban juntos, ansiaban internamente tanto su compañía que cuando llegaba al fin, parecía solo un instante en sus vidas.
Para Laura había sido especialmente muy complicado. Ella estaba acostumbrada a llevar siempre las riendas de su vida y hasta se mandaba a sí misma que debía sentir y que no. En un principio se ordenaba a no sentir nada, no debía sentir nada. Se suponía unas cuantas noches de sexo al mes para ponerle algo de aderezo a su aburrida vida de rica. Pero había terminado en una adicción. Había terminado en ese ser que la tenía entre sus brazos invadiendo cada rincón de su vida. Ella no podía ser así de devbil. Una mujer como ella —fría y despiadada— como se suponía que era no andaba pensando en pajaritos preñados y no caía en los brazos de un hombre con facilidad. No. Ella era independiente y los hombres sólo podían ser un estorbo en su vida donde no podía fiarse de nadie. Incluso su novio que había mantenido durante unos años no quería más que el prestigio que le otorgaba decirse el novio de la joven empresaria más fría y brillante del país o del mundo. ¿Qué le decía que este hombre no sería así? Que ella supiese él no sabía nada de ella, pero no podía dar fe de ello, tal vez tuviera los recursos al igual que ella para investigarla y saber incluso cuando va al baño entre hora y hora.
Pero allí estaba enrollada en su cama y sintiéndose la más dichosa mujer del planeta, la más protegida y querida. Debía ser la idiota más idiota del puto mundo.
Laura arrugó la frente y estrechó los ojos llenos de interrogantes.
— ¿Por qué lo dices? —inquirió perdida. Esas palabras la derritieron pero no entendía a qué venían.
Ross levantó una mano que había estado en la curva de su cintura y le acarició el cabello, enterrando sus dedos entre sus mechones ondulados y deslizándose hasta la punta lentamente. El cariño era palpable y abrumador en el gesto.
—Porque no quiero que te vayas —admitió con sinceridad —, ¿Cómo voy a saber que no eres un sueño.... Si no despierto a tu lado en la mañana? Me lo he planteado un motón de veces y ahora estás aquí y aún así no se si eres real. Te toco —colocó la mano en su hombro sintiendo la suavidad —, y te siento. Te veo a los ojos —mirada con mirada se encontraron, eran intensas y brillaban de emociones —, te veo a los ojos y te miro con toda claridad en la oscura noche; al igual que te veo irte por la puerta. Entonces amanece y no te veo más en mi cama. Suelo despertarme extendiendo el brazo queriendo tocarte entre sueños... —la vos de Ross se entrecortó debido al intenso dolor que embargaba su pecho como cada mañana como estaba explicando. De solo recordarlo, lo estaba experimentandolo —, y entonces mi mano pasa de largo y solo logro tocar el frío de las sábanas.
Comprensible ella podía pensar lo mismo en su lugar.
—Lo soy, soy muy real —aseguró ella acariciando su pecho desde los bíceps hasta la tableta de abdominales sintiendo en las yemas de sus dedos como él se estremecía a su paso.
—Soy un maldito idiota porque me pase todo esto, lo reconozco. No debería. Pero lo hago y ya no sé qué mierda espero de nosotros —dijo con sinceridad, sintiendo la opresión en el pecho mientras esperaba una respuesta de ella. En el peor de los casos lo despacharía por estar yéndose por el camino equivocado, por querer romper los términos ya estipulados.
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La Heredera |Raura|
RomanceElla lo Ama, pero, quién es él... Él la ama, pero, quién es ella... En cada encuentro de placer, se sienten más vivos que nunca antes, en cada caricia encuentran en un desconocido el amor de nadie más.