Estoy bien, excelente.
No, no hace falta que dejes tus compromisos por mí.
Estoy tan llena con cosas de la empresa que casi no logro pensar en nada más.
En serio te extraño, pero esto es normal para mí.
No me hace daño.
Me siento muy bien en general... cuando no te estoy extrañando, claro. Pero estaré mejor cuando esté contigo.
Todas ese pequeñas frases eran pequeñas mentiras que cada día eran más mentirosas. Ross llamaba cada vez menos regular desde su partida, tantas veces al día, una vez por día, unas cuantas veces a la semana. No era su culpa. Eso lo entendía perfectamente, y no solo porque él se disculpara siempre, sino también porque si había alguien que entendiera que el trabajo absorbe tiempo, esa era Laura Marano.
Pero algo estaba cambiando, ya no era lo mismo, ya no era suficiente, nada llenaba su ausencia. Era algo más que físico, algo mental que estaba en desorden.
Comenzó como pequeños dolores de cabeza, un pitido en el subconsciente; fastidioso y agudo. Luego imponente y taladrante, ninguna aspirina era suficiente. Luego comenzaron los llantos, episodios de depresión al principio más frecuentes por la noche, cuando se despertaba de pesadillas incurable, toxica, y radioactivas para sí misma. Cada día era más cuesta arriba. Trabajar era inútil e imposible con tanta actividad cerebral sucediendo.
Era como un cofre una vez abierto imposible de detener el flujo de secretos que saldrían de él. Una cadena de hechos que la golpeaba cada vez con más fuerza.
Llegó el punto en que se sintió demasiado cansada, ya sin fuerza para actuar ante los demás.
El declive fue a media mañana de un viernes como cualquier otro, en mitad de una conferencia internacional por viseo llamada que estaba presidiendo con sus colegas en la sala de juntas. La noche anterior no había podido salir de una secuencia pesadillas, recuerdos uno tras otro. Algunos auténticos, otros distorsionados e irreales. Solía ser desgarrada, arrastrada, ahogada. Lugares extraños llenos de matices que encarnaban sus mayores temores.
Era como si su inconsciente fuera abierto ya hora no había manera de contener lo que allí guardaba como normalmente lo haría. A veces se alía de control estando consciente y activa.
Como ese día.
Desde su cómodo asiento estaba de frente a la pantalla interactiva gigante donde aparecían divididos en distintos encuadres, distintos grupos de figuras japoneses, árabes, americanos, alemanes, rusos y franceses. La misma pantalla -que patentaba Marano's Enterprises- cumplía de traductor. Laura, falta de sueño, ponía todo su esfuerzo en concentrarse en los temas que se estaban tratando, ella hacía intervenciones pero era mucho menos relevantes y enérgicas de lo que normalmente era. Cameron, su hermanastro que, como futuro encargado de ese cede en Londres, mientras Laura se trasladaría a Estados Unidos, estaba presente. La había notado extraña algunas veces en las últimas semanas, las imperceptibles muecas, o el tic que tenía en la mandíbula no le pasó desapercibido. Pero guardó silencio y no le quitó el ojo.
En momento determinado el dolor de cabeza se creció, la agarró desprevenida y la golpeó duro.
Sofocó un gemido, largó la mano su vaso de agua con tal torpeza debido a los temblores que la arrasaban, que derramó un poco en la mesa de cristal, mojando incluso el filo de algunos papeles bien alineados. Nick, situado a su izquierda le lanzó una mirada preocupado. Tapando el micrófono enganchado a su chaqueta, le preguntó: – Laura, ¿Estás bien?
Ella asintió, pero los temblores la desmentían.
Nick y Cam intercambiaron miradas aturdidas.
Luego su vista se nubló. La realidad en su mente fue reemplazada por una diapositiva de sonidos de antaño que dejaban un sabor amago en su boca. Flashes imposibles. Dolorosos.
Para entonces estaba gritando, gimiendo de dolor. Retorciéndose que casi cae al suelo. Tenía la mirada de todos los grupos y su completa atención, pero eran nimiedades que no podía procesar. Solo había dolor. Dolor... todo se esfumó.
El desmayo fue solo minutos, cuando estuvo lúcida solo pidió dos cosas: calmantes y la promesa de no decir una palabra a Ross.
La primera fue fácil de acatar, se cumplió con eficacia y su dolor disminuyó rápidamente. La segunda generó reacciones negativas, por parte de los dos hombres.
– Eso no te lo concedo, hermanita – dijo Cam, ayudándole a inclinar el vaso con agua, los temblores no dimitían –. Lo sabrá y entonces ese hombre hará rodar nuestras cabezas.
– Él no hará nada porque en primera no se enterará – sentenció con aspereza –. No exageren, es un estúpido dolor de cabeza, ya estaré mejor y no quiero ni escuchar más sobre el asunto.
Daniel, rezagado en una esquina de su oficina, se aclaró la garganta con su objeción que aportar.
Laura le lanzó una mirada fiera.
– Tú no digas nada, Daniel. Trabajas para mí, y te prohíbo que mantengas contacto con él.
Los tres hombres que estaban con ella, callaron.
Nick hizo señas mientras ella se recostaba con los ojos cerrados. Déjenlo por ahora.
Era mejor no empeorar las cosas.
De algo que si la convencieron fue de ir a casa y tomar reposo. No se apareció por la oficina en los próximos y en adelante.
Descubrió en los calmantes que se llevaban los malos sueños. De hecho no soñaba nada en absoluto. Estaba despierta para lo necesario, comer y hacer sus necesidades, aunque aún estas eran escasos. Su apetito era casi inexistente, alterado por los calmantes. Dormir, dormir el dolor, adormecer los recuerdos, entumir el alma. Olvidarse de todo.
![](https://img.wattpad.com/cover/72584031-288-k168036.jpg)
ESTÁS LEYENDO
La Heredera |Raura|
RomanceElla lo Ama, pero, quién es él... Él la ama, pero, quién es ella... En cada encuentro de placer, se sienten más vivos que nunca antes, en cada caricia encuentran en un desconocido el amor de nadie más.