Capítulo 33

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— ¿Tienes pensado hacer algo este par de días? —pregunta calmadamente, como si no estuvieran esperando por él para irse a otro estado. Aunque posiblemente Ellington también apreciaba la demora de Ross.

—Bueno, justo ahora puede que me quede un buen rato hablando con tu hermana, luego voy a dormi hasta que mi mente proteste. Me siento agotada. Mañana llamaré a Cam, para saber como van las cosas.

—No es necesario que lo hagas, necesitas descansar...

—Tengo que. Sigue siendo mi responsabilidad. Ya me aparté cuando... Bueno, no podía llamarlo las semanas pasada. Si quiero mostrar mejoría, es necesario que sepa y me preocupe de mi empresa.

Él hunde sus dedos en su cabello, una caricia bienvenida que casi la pone a ronronear.

—Mañana, se supone que iríamos a esta psicóloga que conozco. También había concertado cita en el médico. Eso fue antes de que supiera que debo partir ahora mismo, así que...

Laura se separa de su abrazo abruptamente. Sus boca abierta, algo duele en su interior.

¿Psicólogo? ¿Médico?

Punzadas de traición. Eso era.

—Cuando dijiste que trabajaríamos en eso. Yo... yo pensé que iríamos más de espacio ¿Tu crees que...?

Ross se levanta apresuradamente llegados a este punto, comienza a caminar de un lado a otro de la habitación, de la que ni siquiera se ha fijado en detalle.

Las paredes de blanco pastel, muy señorial. La pared tras la cama decorada de madera incrustada y esta con sábanas blancas y un par de cojines y edredon con motivo de flores gris e indigo. A su derecha un ventanal que daba paso a un balcón que se apreciaba tras las largas cortinas semitransparentes. Al lado de la puerta un armario grande y en la otra pared las puertas del baño y vestidor, supuso. Colores claros, acogedores y modernos.

—Cariño —pronuncia él pasando sus manos entre sus cabellos —. Solo quería acompañarte en esto. Es más, pídelo y lo dejaré todo de inmediato. Primero tu y segundo tu.

Ambos pares de ojos se encontraron, ella abandonó primero. No. No podía. No era justo. Miró sus uñas clavadas su pierna.

—Esta bien, lo pensaré. Pero si crees que soy un peligro para mí misma que no puedo esperar un par de semanas antes de recibir ayuda, o si consideras que podría haber tomado algo más esos días... sólo —diablos, cuánto dolía decir aquello en voz alta —, tenía que decirme antes de hacer planes.

Él, no podía cree lo que sus oídos estaban oyendo, o que fuera posible que el corazón se estrujaba su caja torácica. Con la cara desfigurada en repugnancia, hacia sí mismo, hacia la situación negó con incredulidad el rumbo de su razonamiento. En dos zancadas estuvo frente a ella, se agachó la sostuvo por los hombros. Y sin intención, agitándola un poco.

— ¡Calla! ¿Quieres? Solo, para de decir tonterías. Sabes que lo único que quiero es que estés bién. Asegurarme de que estés sana y que puedas ser como hace unos meses. Felíz plenamente, y conmigo en todos los sentidos —Pasó de casi gritar a susurrar mirándola a los ojos. Esos ojos cafés únicos en el mundo, en su mundo.

El teléfono anunció un mensaje en su bolsillo y supo que era hora de partir.

—Debo irme ahora. Te llamaré más tarde, y mañana ¿De acuerdo? —ella asintió, entonces suspiró más tranquilo, en parte. No le agradaba nada esa complacencia en su mujer, esa no era ella. Besó su frente, luego sus labios —. Te amo.

Laura asintió, encontrando su mirada como un cachorrito, pero sin vacilar. Sin pedir que se quedara.

—Te-te amo.

La Heredera |Raura|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora