Pronto pasaron dos meses después de la llegada de Candy y Terry a Inglaterra. Pero con muchos asuntos por atender, el tiempo no se sintió que pasara lentamente, todo lo contrario.
Y el día de la partida estaba cada vez más cerca, lo cual también significaba el nacimiento del bebé de Annie. Y este asunto llenaba de alegría a Candy, pero esa felicidad no se compara con la estaba a punto de experimentar...
Una mañana de millones más que les quedaba por vivir a la joven pareja, Candy se levantó después de que su marido se fue a pasear con su padre.
Albert y Regina estaban alistando todo para su boda, y por supuesto regresarían a América en cuanto pudieran, igualmente para presenciar el nacimiento del bebé, primogénito de Annie y Archibald Cornwall.
La joven rubia se apresuró para meterse al cuarto de baño, y relajarse con ese delicado aroma a rosas que perduraria durante la mayoría del día.
Pronto término y eligió un vestido muy hermoso, y con ese atuendo color durazno noto como comenzaba a subir un poco más de peso, pero era normal todo lo que comía no era para menos.
Aunque si se extraño un poco pero prefirió ignorarlo por el ruido que provenía desde su estómago avisando que era la hora del desayuno. Le alegro mucho ésto ya que la noche anterior la cena no le había caído del todo bien. Así que se fue directo a la cocina.
—Hola Emma, buenos días, dejame ayudarte— exclamó Candy.
—Buen día sra. Muchas gracias— contestó la mujer.
—Oh, Danna de casualidad ¿no tienes una pastilla para aliviar los malestares estomacales?— pregunto la joven a una muchacha del servicio.
—No mi sra. Pero podría enviar a Mike para comprar una.— sugirió la chica.
—No, no hace falta, no es nada delicado...
—Sra. Vaya a ver a un médico, quizá sea algo malo— intervino Emma.
—Ella tiene razón Candy, hay que llamar a un doctor— concordo Albert.
—No, estoy bien, solo ayer no me sentí muy bien después de la cena— respondió ella.
—Candy, no está de más ir a ver un especialista— dijo Regina.
—Por favor no olviden que soy enfermera y se cuando algo anda mal.
—Bien tu siempre ganas, mejor vamos a desayunar— contestó Albert.
—Candy, Candy vamos pequeña— exclamó Regina.
Y así la familia se dirigió al comedor, donde como uno más los Andley y no como una Grandchester, Candy se sintió muy bien, incluso con la compañía de la tía abuela que decidió quedarse ahí por más tiempo.
Pero en cuanto probó bocado, unas terribles ganas de devolver toda la comida la atacaron. Así que se dio cuenta que no todo estaba tan bien como pensaba.
Por sugerencias de todos acepto irse a acostar. Ya en la cama, pensó con un poco más de claridad y cuando una idea se formulaba en su mente abrió los ojos de par en par, incluso la cabeza le punsaba aun más y una corazonada que la hizo llorar de alegría embargo su alma emocionada.
Recordó que semanas antes había discutido con Terry, pero antes habían tenido una platica muy hermosa, acerca de los futuros herederos a la nobleza de Grandchester.Y lloro aun más pensando en que quizá pudiera ser cierto, que no se estaba equivocando. Sus cuentas no le fallaban, y nunca lo hicieron desde sus años de adolescencia hasta la fecha, era mujer y sabía que era extraño un retraso a sus veintiún años y más aún cuando ya había pasado la primer noche con un hombre, y no sólo una noche si no varias.
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Amor sin alas [Editando]
FanfictionSentimientos encontrados orillaran demasiadas cosas y actos que simplemente serán movidos por aquellos momentos de vulnerabilidad; provocando mucho más, haciendo creer distintas versiones sobre la única realidad. Un sólo mal momento llevará consigo...