El primer adiós.

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Era el día del amor y la amistad en la escuela, detestaba este día, todos dándose cartitas, chocolates, globos, peluches, corazones flotando por el aire y todo en color de rosa. Hice una mueca de asco, detestaba estos días, teníamos ocho años, éramos muy pequeños para asegurar y jurar el amor eterno a una persona, no entiendo porque la sociedad seguía festejando este día y en las escuelas.

Sin embargo, y pese a todas las estupideces de este día yo seguía con el sobre blanco entre mis manos, mirando a la mesa donde mi mejor amigo se encontraba con otro chico, jamás había hablado con su amigo, ni siquiera lo conocía pero Camil siempre decía que era un imbécil, me parecía muy lindo y gracioso, quizá era el hecho de que tenía el cabello lleno de pequeños rulos.
Alargue un suspiro y tomé por la pajilla de mi jugo, recostando mi cabeza en la mesa, había perdido de vista a Camil desde hace tiempo.- Maldito día de San...

-Ni se te ocurra continuar con tu maldición.- Levante la mirada viendo como Camil se sentaba a mi lado, su rubia y larga melena estaba atada en una alta cola de caballo y un montón de cartas con una enorme sonrisa en la cara- No sé cómo sabes tantas malas palabras.

-Maldito no es una grosería -le mostré la lengua y ella abrió la boca para objetar pero la interrumpi- No pienso discutir sí mostrarte la lengua es o no es una mala palabra, ¿todas esas cartas son tuyas? -mire curiosa los sobres color naranja, rosas, rojos y morados.

Camil siempre recibía millones de cartas, todas decían que era una buena amiga y que la querían mucho, alguna que otra le decía que era muy bonita o que le gustaba, era lo único diferente, pero ninguna pasaba de eso, tres líneas y nada más.

Apostaba que Camil tenía memorizada cada oración y cada falta ortográfica, pues todos los años era lo mismo "Gracias x thu amistad" "i love you" "Eres una buena amiga" "T. K. M." y hasta yo, con mis ocho años de edad, sabía que "Quiero" no lleva "K", en fin, yo no recibía más de una o dos cartas, lo cual agradecía con mi vida.

-Hay dos para ti -dijó ella entusiasmada y yo sonreí falsamente- Ten, las demás son para mí, ambas cartas son de dos chicos del salón -Camil uso un tono coqueto para hablar y yo rodé los ojos sin tomar las cartas- Hombres -insistió ella y deslizó las cartas por la mesa hasta tenerlas frente a mi cabeza que seguía recostada sobre la mesa- ¿No te gusta...? Oh, espera ¿para quién es esa carta que tienes ahí?

-¿Qué carta? -mire mi mano con el ceño fruncido y me incorporé hablando torpemente- No es para nadie.

-Ow, ¿es para mí? Sabía que algún día me darías una carta -se inclinó sobre la mesa tratando de alcanzarme pero yo me puse de pie- ¿qué pasa, Caytlin?

-No pasa nada.

-Caytlin...

-Camil...

- Dame. Esa. Carta.

-Jamás.

-Caytlin.

-¡No!

-Damela.

-Mandona -hice puchero-

-Infantil -achico los ojos viéndome-

-Tenemos ocho años, no piensas que actúe como alguien de veinte ¿o si?

-Caytlin.

-Adiós -gire sobre mis talones y camine lo más rápido que pude, choque con alguien y la carta, que tenía entre mis manos, cayó al suelo igual que yo y el otro niño.

-Oye, fíjate -sobe mi brazo y él se quedó callado, giré a verlo y lo reconocí. Era Dilan. Cabello negro, grandes lentes que escondían sus grandes ojos azules, piel pálida y siempre detrás de un libro, no hablaba mucho con él.

Antes de morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora