Epílogo

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30 años después.

La puerta cerró con un estrepitoso sonido, la rebanada de pizza cayó de las manos de Kath al suelo, en específico a la alfombra árabe de la sala de estar, lo que hizo que despertara bruscamente limpiando el desastre que había hecho antes de que el Sr. Comte se diera cuenta. Lástima que él ya se encontraba en el marco de la puerta mirando todo a su alrededor.

La televisión estaba encendida mostrando una extraña película vieja de principios de los dos mil, había pizza y platos regados en la mesita del centro, Kath había estado dormida en un sillón y la pequeña Mirna, hija del señor Comte, dormía en el sillón más pequeño. El hombre sonrió y saludo a la chica que hacía de niñera con su hija.

— ¿Día pesado? —Comte se acerco al sofá donde dormía Mirna, la tomo en brazos y la acomodo en su regazo para que siguiera durmiendo.

— Un poco —contesto Kath con un bostezo—. ¿Gusta pizza?

— Claro —el hombre estiro la mano para tomar una rebanada y darle un buen mordisco—. Me encontré a tu padre.

— ¿Si?

— Le dije que hoy sería tu último día —Comte frunció el ceño—. Al parecer no lo sabía, ¿hice mal?

— No, para nada, simplemente olvide decirle —Kath se levanto del sofá y comenzó a recoger mientras seguía charlando—. Fue un gusto trabajar con usted y cuidar a Mirna, además de que me vino bien un poco de dinero extra en estos tiempos de crisis —la chica suspiro—. ¿Cree usted, señor Comte, que el sol regresara algún día?

El hombre se quedo callado, meditando la pregunta de la niñera. Hace treinta años que el sol había desaparecido gracias a una densa capa de nubes grisáceas que había creado un caos ecológico y ambiental en la Tierra. Absolutamente nadie sabía el por qué aquella bola de fuego había desaparecido, aunque la gente se echo la culpa a sí mismos por la contaminación que crearon; los gobiernos de los países más poderosos intentaban desarrollar tecnología para que su pueblo pudiese sobrevivir al nuevo mundo en que vivían, todos tuvieron que adaptarse y tratar de sobrevivir a los cambios de hace años.

Incluso, los científicos y genios del siglo veintiuno intentaron descifrar que pasaba en el universo, nadie obtenía respuesta y algunos se habían dado por vencidos. Pocos eran los que buscaban una explicaciones de por qué el primer sol de primavera de hace treinta años desapareció, uno de ellos era Comte.

— Quizás el sol solo está durmiendo y las nubes lloran por su partida —contesto melancólico, pero Kath simplemente sonrió.

— Mi padre dice eso —la chica se encogió de hombros y continúo recogiendo—. Hoy debía ser primavera, ¿cierto?

— Cierto —susurro Comte para sí mismo.

Cuando Kath termino, Comte fue a dejar a Mirna a su habitación antes de despedir a su niñera. La joven lo esperaba en la puerta, donde había una fotografía de la pequeña niña colgada en la pared. Al escuchar los pasos del hombre bajando las escaleras, Kath señalo la foto y ladeo su cabeza pensativa.

— Nunca le dije esto, señor Comte, pero Mirna me recuerda mucho a un familiar —Kath volvió a mirar la foto, siempre lo hacía, y busco su celular.

— ¿Ah, sí? ¿A quién? Si se puede saber —pregunto curioso, Comte.

— A la hermana fallecida de mi madre —contesto ella—. Norah, se llamaba Norah.

— ¿En serio? —Comte desvió la mirada y saco su billetera del bolsillo trasero del pantalón, Kath se acerco a él y le mostro la pantalla de su teléfono donde aparecía una fotografía.

My Immortal (Fény 1#)   |   EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora