Capítulo 7: Las tres puertas del alma

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CAPÍTULO 7

LAS TRES PUERTAS DEL ALMA


— ¿Casa colgante?

—Lo que has oído—respondió Drell sonriendo de oreja a oreja. Esa enorme sonrisa me inquietaba demasiado.

—No me gustan las alturas...—comenté dudosa. ¿A qué distancia del suelo estaría? No, no. Estaba tratando con personas que tenían habilidades animales y cuya mente estaba en su mitad dedicada a su lado salvaje. Quizás existiera la posibilidad de que yo también fuera uno de ellos, pero por el momento prefería vivir como una humana más.

—Miedica...—bufó él divertido, sin dejar de caminar y llevándome ya varios pasos de distancia.

— ¡No lo soy! —Espeté molesta. Él giró la cabeza para mirarme y alzó una ceja escéptico. Carraspeé —Es solo que... ¿Una casa en un árbol? ¿En serio? ¿Por qué los demás pueden tener los pies sobre la tierra y yo no? —traté de justificarme.

Él suspiró con pesadez.

—Caliss dijo que debías... —comenzó a explicarse. Pero pronto vi que no estaba por la labor—. Bah, qué más da. Estoy harto de tus quejas. Si te gusta bien, y si no te llevaré a rastras y te ataré a una silla para que pases la noche, ¿contenta?

Abrí los ojos completamente, perpleja y me giré hacia él con expresión indignada.

—Tú no acabas de decir eso—dije entre dientes. Clavé sus ojos en los suyos, y él me aguantó la mirada observándome aburrido. ¿Quién se creía este idiota para darme órdenes? ¡Era la princesa de Kvarts! ¡Su princesa!

—Oye, no me apetece tener problemas—repuso él con indiferencia ante mi enfado. Aquello me hirvió la sangre—. Solo ve, y listo—dijo Drell, que en aquellos momentos parecía muchísimo más sereno que yo. Su desgana hacia cualquier labor o suceso me irritaba demasiado.

Con un movimiento rápido, lo agarré por el brazo y se lo torcí con rapidez, tal y como había hecho en su cabaña. Llevé mi mano a su cintura. El destello de mi cuchillo me devolvió el saludo cuando lo agarré de su cinturón. Al parecer, el muy estúpido se lo había guardado sin pensar que me gustaría tenerlo de vuelta. Aunque aprendería la lección. Oh sí. Por supuesto que sí.

— ¿Podrías dejar de hacer el idiota y apartar el cuchillo de mi cuello? —preguntó él manteniendo la calma. Más que calma, se estaba carcajeando de mí en mi propia cara. Me mordí el labio inferior para no insultarle. Respiré profundamente, tranquilizándome. No parecía tomarme en serio, y cada vez tenía más ganas de rebanarle el cuello y largarme de allí. Me pregunté si esa pócima de curación le salvaría de aquello si lo hiciera. Ja.

—No, gracias—respondí con tono envenenado. Una idea me cruzó la cabeza. Sonreí con diversión— Por cierto... ¿Dónde dices que está la caseta colgante esa?

Drell frunció el ceño, confundido, pero aceptó ser mi guía sin rechistar. Al fin y al cabo, no le quedaba más remedio.

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