Capítulo 23: La entrada al infierno

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♦ Capítulo 23 ♦ 

LA ENTRADA AL INFIERNO

Esta vez no había sido uno, sino dos cadáveres. Dos cadáveres hallados muertos en sus respectivos cuartos. Dos pastillas de cianuro. Dos notas de suicidio.

Y ni una mísera gota de sangre, puesto que aquella que había manchado mi escritorio había desaparecido. Ahora tan solo era pintura seca que limpiar.

Miré mi brazo derecho, el mismo en el que habían caído las lágrimas de unicornio blanco. Drell había dicho que si realmente necesitaba la magia, mi brazo brillaría y el hechizo se efectuaría sin necesidad de pronunciarlo. Sin dejar rastro mágico. Como si nunca hubiera existido. Me pregunté qué demonios debía ocurrir para que la magia decidiera hacer acto de presencia en mí y pudiera al fin matar a Seneth.

Las dos últimas víctimas de "suicidio", habían resultado ser un hombre y una mujer. Allec Neibet, noble de Ametyste; y Maireth Guldt, noble de Safir.

Los dos cuerpos fueron enviados a sus respectivos hogares, pues era tradición enterrarles en el mausoleo familiar.

Me pregunté si había sido Drell quien les había hecho hacer uso de aquella pastilla. Me pregunté cómo había podido ser tan estúpido, pues ahora todo el mundo investigaría al respecto, y los murmullos no cesarían en una buena temporada.

Me pregunté quién sería elegido como culpable, y aquella misma tarde obtuve la respuesta: Nadie había escuchado nada. Nadie había sabido nada de los dos fallecidos después de la cena. Nadie tenía prueba alguna de que no se hubieran suicidado. Tan solo ocurrió.

Los rumores no tardaron en circular por todo Seks, y entre todas las hipótesis que llegaron a mis oídos, la más popular fue el adjudicar aquellas trágicas muertes al mismísimo diablo. La gente hablaba, cuchicheaba. Los suicidios se habían vuelto protagonistas de gran parte de las conversaciones. Decían que en el infierno, su propio rey se regocijaba de nuestra desgracia. Que habíamos incumplido alguna de sus normas, y que con un simple movimiento de mano, había ordenado que rodaran nuestras cabezas. Que la muerte nos abrazaría entre sus brazos más pronto que tarde, y que todos en palacio acabaríamos cavando nuestra nueva tumba. Seríamos considerados la advertencia del diablo, castigados por nuestras acciones.

En ese momento no éramos más que muertos que aún tenían suficiente voluntad y habían conseguido seguir respirando. Estábamos malditos.

Y en cierta manera, podría ser cierto.

— ¿Lys? —Giré la cabeza, y aprecié como Veret miraba mi mano derecha algo alarmado— ¿Qué te ha sucedido en la mano?

Tragué saliva. Carraspeé y esbocé un intento de sonrisa.

—Me... me he cortado. Ha sido un accidente.

Mi voz trató de sonar serena, pero él se acercó intranquilo y cogió mi mano para verla con detenimiento. Yo me aparté bruscamente, pero traté de disimularlo.

— ¿Qué haces? —Preguntó Veret extrañado. Abrí la boca para replicar, pero él me interrumpió—. Escucha, Lys: no sé cómo te has hecho eso exactamente, pero son múltiples cortes y lo mejor sería que te lo desinfectaran y vendaran.

Su tono era muy serio. Me miraba con una mezcla de lástima, dulzura y preocupación. Como si supiera lo que me había ocurrido. Como si hubiera visto con sus propios ojos como al escuchar la noticia de los dos cadáveres, como yo golpeaba furiosamente el cristal del espejo. Impotente. Rabiosa. Incapaz de ver mi reflejo y saber que no estaba haciendo nada por sacar adelante mi reino.

Captura a la reina #WeareWorldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora