M: Norah Jones - Come away with me.
Para Ana era una pregunta demasiado obvia. Incluso, al principio, se había sentido ofendida. Los ojos de César examinaban con cuidado cada vez que la criatura se movía en la pantalla. La mujer respiró tan profundo como sus pulmones lograron expandirse. Como un método de tranquilizarse, admiró el anillo que ahora se posaba majestuoso en su dedo. Había dicho que sí luego de derramar un par de lágrimas.
Él dijo, casi inmediatamente de ponerse de pie, porque ni sus rodillas habían podido contener la emoción, que le daría lo que quisiera. La boda que ella deseara sería, pero Ana no podía pensar en otra cosa que dormir todos los días que le quedaran a su lado y tampoco quería esperar para conocer a su bebé. En el vientre se le dibujaba una nueva vida, las marquitas en su piel eran evidentes, pero él se encargaba de llenarla de besos siempre que se veía en el espejo: lo cierto es que nunca la había visto más hermosa.
Fue en ese momento que pudo agradecer al cielo por su vida: por él, por su familia. Y en el fondo también le agradeció a Emilio, no supo por qué, pero lo creyó responsable. En cierta manera, le gustaba creer que su difunto marido estaba feliz de que ahora, tres meses después de que ella supiera la verdad, Axel viviera bajo su mismo techo y que estuviera tan encantada de tenerlo consigo. Era como si ninguno hubiera perdido a Emilio.
Pensó en la clarividencia de su familia, en lo perfecta que pensaba su verdad. Ana solía ser una mujer de decisiones firmes, una vez que se la tomaba en una certeza no había poder humano que la hiciera desistir: su primera suerte fue dejar en claro que no quería ninguna boda que le diera al mundo de qué hablar. Llamaría a su padre y hermano, harían una ceremonia privada y allí quedaría todo. Guardado en sus corazones como la vital unión de un hombre y una mujer que desde un inicio habían sido para el otro.
Habían sellado su amor con un beso producto del vértigo que hacía un tiempo no se presentaba. Ana sabía que seguía remanente a la espera de poder surgir, pero la verdad era que ya no importaba. Antes de dormirse, todas sus noches en las que ya compartía la habitación con César, le gustaba admirarlo hablar por teléfono, lo veía caminar por el cuarto hablando de negocios y dando instrucciones.
Le sonreía cuando él se percataba del escrutinio. Luego le pedía que la abrazara, la besara y la dejara sentir que entre sus brazos todo dolería menos. Algo del juicio de Morales se había filtrado y ella había respondido a la prensa sin temor alguno. Al llegar a casa le pidió a su futuro marido, al padre de su hijo, que la amara cuanto más pudiera. Era obvio que él no se iba a negar a demostrar que un error había sido suficiente. Un error que casi los lapidaba en medio de tapias imposibles de penetrar.
A César le agradaba contemplarla ensimismada. Imaginaba lo que por su cabeza estaba pasando y se embriagaba de su olor a jazmín, ese olor que lo había hechizado y del que era víctima por voluntad propia. Suspiró cuando la mujer les dijo que esperaban un niño. Ana lo miró con encarecido orgullo, las lágrimas desbordándose en su línea del párpado. Contuvo la respiración antes de que el técnico dejara la máquina en paz.
Los dejó a solas después de felicitarlos. El momento a ellos se les antojaba tan íntimo que ni siquiera querían hablar. Era una burbuja de amor que temían romper, que en dado caso, siempre estarían dispuestos a restaurar. Pero César creía que era imposible dejar de amar y admirar y añorar y desear a una mujer como Ana. Tan capaz de sí misma, tan entera. Se había convertido en su mejor aliada, en su confidente.
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Vértigo
RomanceAl morir Emilio, su hermano mayor César regresa a México luego de no haberle visto durante diez años. Lleno de culpa por nunca buscar una reconciliación con el difunto, accede a ayudar a su cuñada en el manejo de la empresa de la que su hermano era...