M: Pablo Alborán - Palmeras en la nieve.
Recargada en el hombro de su acompañante, Allison observó a César y Ana entrar en el gran salón tomados de la mano. Al tiempo que suspiró, un recuerdo de Emilio le vino a la mente. Últimamente no sabía cómo explicar la melancolía en su pecho. Se preguntaba qué habría sido de Ana de ella haber dicho lo que sabía.
Todo era como un sueño. Pero, según César, su relación iba lo bastante en serio como para que no se preocupara: no hacía falta alguna que lo dijera. Se notaba. Se veía en cómo la mirada de él se posaba sobre ella, candente, como admirándola, para que supiera que sí la quería.
—¿Estás aquí? —preguntó Sergio, el joven con el que bailaba desde hacía unos cuantos minutos.
Volvió su vista a él y se limitó a asentir. Estaba inmersa en sus cavilaciones, posponiendo una plática con su ex cuñada, cuñada ahora, que pronto tendría que finiquitar. Tal vez no eran de la misma edad, ni siquiera fueran parecidas, pero con el aprecio que le tenía, Alison se creyó poseedora del derecho a ponerla al tanto de lo que ella y César aparentaban.
Aparentaban incondicionalidad. Aparentaban perfección.
Aparentaban todo lo que una pareja enamorada debía.
Se negaba a estar preocupada, a pensar incluso mal de su hermano. La vida juega sus cartas de forma espléndida, tanto, que al fin y al cabo siempre sale ganando.
—¿Crees en el destino? —preguntó y recibió un gesto de extrañeza en el entrecejo del muchacho.
Sergio era hijo de uno de los amigos antiguos de su padre fallecido. El señor Octavio Rodales y Damasco. Un tipo encantador, honesto y de los inversionistas más portentosos de Alameda, la corporación de la que César era dueño. Su esposa, Felicia, era una dama inigualable. Recatada y de buenos sentimientos.
—Estoy aquí, ¿no? Después de que te negaste a salir conmigo en la Facultad casi todo el año... aquí estamos... —respondió Sergio, dubitativo.
La rubia no supo cómo contestar. En Madrid, Sergio había sido tan insistente que casi le cogió recelo, pero, era su decepción por el amor lo que siempre la instaba a rechazarlo. Era un varón apuesto, respetuoso y amigable. La hacía reír y lo más importante, la hacía pensar que no estaba sola. A veces, cuando recordaba a sus padres, lloraba en la soledad de su habitación, en un lugar donde se encontrara estudiando; pero él, cercano, pretendiéndola, de una u otra manera la obligaba a creer que no necesitaba estar con alguien para sentirse importante.
Al menos, no quien ella esperaba.
Entendió, de pronto, que su hermano, como ella, quería hacer su vida y por un momento se sintió miserable. Nunca viendo su mérito para con ellos. Alejado, así se había mantenido el Marqués, pero siempre procurando estar al pendiente de sus necesidades. «El ser humano no vive de sentimientos», se dijo internamente y se aferró más al abrazo de Sergio, quien de inmediato percibió el cambio en el roce con ella.
—Supongo que ahora ya no me correrás de tu lado —le dijo él, captando de nueva cuenta su atención.
Allison lo miró, como miran las personas que no saben lo que les depara el futuro.

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Vértigo
RomanceAl morir Emilio, su hermano mayor César regresa a México luego de no haberle visto durante diez años. Lleno de culpa por nunca buscar una reconciliación con el difunto, accede a ayudar a su cuñada en el manejo de la empresa de la que su hermano era...