Capítulo 38

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M: Secondhand serenade - Why.




Cerrar la puerta detrás de sí no solo representaba pender de la cuerda floja, sino renunciar a lo que más amaba en el mundo. Como adultos que eran habían dejado las cosas en claro, sin temor a que alguno acunara resquemor para el otro. César creía que la comunicación en la pareja era demasiado importante, tanto que no se atrevía a dejarla de lado. Era respetuoso a la decisión de Ana de mantener un poco la distancia y ese tipo de palabras le dejaban con los bríos de ansiedad al máximo.

Por un lado quería rogarle, si fuera necesario, pero tras lo sucedido había aprendido que las humillaciones solo conseguían acarrear tragedia en una relación. Ambos debían sufrir, cada uno a su manera, ambos tenían que aprender a vivir sin el otro, por muy doloroso que esto pareciese. En alguna película había escuchado una frase en la que el protagonista suponía que «sin dolor no había ganancia», se encontraba reticente al respecto, sabía que los altibajos siempre estarían presentes, que conforme el tiempo avanzara surgirían más problemas.

Era cosa de ellos resolver todo juntos —o separados.

Raúl lo observó con aire meditabundo, esperando reunir el valor para preguntar qué había sucedido. Entendía a la perfección el silencio precario del Marqués mientras caminaban lado a lado hacia el lobby de la clínica. Marlene se quedaría con Analey hasta que le dieran de alta, por lo que tuvo la leve sospecha de que el asunto no iba como al menos él había esperado. Se sorprendió de ver que César había conducido por su cuenta, no porque no supiera hacerlo, sino porque sabía que lo odiaba.

Se introdujeron en el coche y adentro oyó a César suspirar. Quería quedarse en silencio un poco más de tiempo, hasta que las palabras graves de su amigo sentado en el asiento del piloto llenaron el espacio.

—¿Recuerdas a Julián? —preguntó César, al tiempo que movía las manos pacientemente sobre el volante y metía la llave en la ranura para encender el motor.

Raúl buscó en sus memorias ese nombre, hasta dar con el de un compañero al que tenía tiempo sin ver.

—¿Casablanca?

César asintió.

—Sí, ¿por qué?

—Samuel me sugirió que le viera. Me dijo que era comisionado en la Ciudad de México, así que puedo pedirle que me ayude con todo esto sin que Ana haga la denuncia.

Raúl consideró un poco la retahíla de César y se agarró el mentón para sentir su barba. Se encontró a sí mismo presa de una confusión. Estaba cansado y había dormido muy poco, de hecho, ese mes sus memorias le daban rendimientos miserables; se distraía con facilidad, a veces no oía lo que los empleados le decían y tampoco recordaba las citas que tenía que atender en nombre de Ana y también de César.

Por un momento pensó en el cómo ambos estaban descuidando la empresa, sobre todo Analey, que en realidad era la total propietaria de AlaBal. Se dijo que, interiormente, nada debe mezclarse en el mundo de los negocios a menos de que se quiera entrar en aguas turbulentas y perderlo todo en el medio de éstas. Imaginó que era normal, que nadie puede dejar de lado un problema tan grave y reanudar su vida como si nada pasase; se comprometió, sin que César lo escuchara, a jamás permitir que nada impeliera su cordura.

—¿Será discreto? —inquirió el español, medio aturdido por sus propias ideas.

—Samuel dice que sí, que lo ha ayudado muchas veces —respondió César—. No lo recordaba, de hecho. Fue él mismo quien me hizo mirar antaño, al colegio.

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