M: John Lennon - Imagine.
A César Medinaceli se le había olvidado cómo ser feliz.
Eso pensaba todo el mundo, pero siempre había tratado de no darle importancia al qué dirán. Sin embargo, esa mañana, con su saco medio empapado de los hombros y el cabello alborotado a causa de la humedad en el ambiente, sentía un hoyo en el pecho. Como una anticipación. Por eso hizo una cuenta mental de su rutina diaria antes de venir al trabajo.
Todo parecía en su lugar, aburrido y escrupulosamente adecuado para él. Incluida la bienvenida de su asistente, que lo siguió a través del corredor apenas había salido del ascensor. Hizo ademán de quitarse la prenda mojada. Afuera, vio desde el cristal en su oficina, llovía a cántaros. Entornó los ojos al encontrarse con la sonrisa de Lucía, que lo esperaba, agenda en mano, paciente a que se acomodara detrás del escritorio.
Mientras tiraba un poco de la corbata roja que llevaba puesta, César intentó recordar si, entre sus citas pendientes, había alguna que lo tuviera en ascuas; porque estaba nervioso como si fuera un adolescente. Nervioso como si tuviera miedo.
—Siento que me estoy olvidando de algo —dijo, con pesar. Se sentó en su silla y se pasó la mano por la nuca; Lucía lo observaba, atenta, pero sin decir nada—. ¿Te das una idea?
—Hago bien mi trabajo —refunfuñó la mujer. César alzó las cejas y sacudió la cabeza en un intento por recobrar el hilo de su mañana. Con tanto trabajo, no podía dejar que, un mal presentimiento, le rumiara la conciencia—. ¿Has hablado con Allison esta semana? —Lucía revisó la agenda, a pesar de ser consciente de que no se le había pasado ninguna cita o evento.
Tras oírla, los ojos de su jefe se posaron por un breve espacio de tiempo en ella, pero no dijo nada. En cambio, frunció los labios y jaló una de las carpetas que aguardaban encima de su escritorio. La abrió, tomó una pluma y fingió que leía las primeras líneas.
Lucía se había sentado frente a él, y tenía un gesto, como siempre, altivo en su rostro.
—Anoche hablé con ella. Lo juro —contestó tras largos minutos de silencio—. No entiendo qué tiene que ver una cosa con otra.
—Mi madre decía que el remordimiento se siente como tú lo haces casi todo el tiempo —dijo ella, estirando la mano para agarrar la carpeta que César ya había firmado; eran nóminas pendientes y cheques que solo él podía autorizar—. Por eso...
—¿Quién carajo les dijo que se pueden adquirir inmuebles sin antes consultarme? —Raúl, el mejor amigo de César, entró con estrépito en la oficina. Lucía agachó la cabeza e inclinó su atención en el resto de las nóminas.
Por unos instantes, César se quedó en silencio, escrudiñando la apariencia fresca y juvenil que su compañero se ponía por las mañanas, como un estandarte. Tenía las manos puestas en la cadera y la expresión de su mirada, castaña y poco humilde, anunciaba que se había levantado con el pie izquierdo.
Miró a Lucía en un acto reflejo, y después sonrió.
—Pregúntale al contador —señaló, firmando otra nómina.
Raúl, que era un madrileño de altura media y cuerpo atlético, enarcó una ceja en dirección de su jefe. Se cruzó de brazos al notar las ligeras ojeras debajo de sus ojos. Pero no fue eso lo que captó su atención. Sino la manera en la que Lucía se había quedado callada apenas llegar.
Suspiró, acercándose al escritorio.
—¿Qué pasa? —inquirió.
—Al parecer tengo remordimiento —suspiró también, atisbando a Lucía.
La aludida sonrió levemente.
—Eso todos los días —satirizó Raúl—. A ver, Marqués: ¿hablaste con Allison esta semana? ¿Hay novedades de Emilio?
Ambas preguntas, y cierto calificativo en ellas, le supieron a ácido amargo. Ácido que subió por su garganta como un puñado de recuerdos. Específicamente, recuerdos de hacía tiempo.
Allison era su hermana de casi dieciocho años. Emilio... Emilio era el hermano con el que llevaba sin hablar otra década. Y por el que, a veces, sentía mucho remordimiento.
Al morir su padre, César se había jurado dos cosas: que nunca defraudaría su legado y que a sus hermanos jamás les faltaría nada. La primera parte de esa promesa no había sido difícil de cumplir, pero la otra, esa parte en la que él tenía que aceptar las malas decisiones de su hermano, esa era la parte incompleta de su vida.
Sobre todo porque Emilio pensaba que César vivía para atormentarlo. Y no era así. Era solo que... nada. Simple y sencillamente le había sido muy difícil entender por qué; por qué Emilio había hecho cosas que seguro a su padre no le hubieran gustado.
Por ejemplo, al anterior Marqués de Alcalá, no le hubiera gustado que su hijo menor se casara a una edad tan temprana, y que la persona que había elegido hubiera sido, con precisión, la hija de su más grande rival en el mercado de los bienes raíces.
Pero eso ya estaba en el pasado. César, el nuevo Marqués de Alcalá, no sentía nada por Ana —la esposa de Emilio—. No sentía sino un recelo muy extraño, como si ella le hubiera quitado algo con su aparición. Aun así, no podía culparla porque el equivocado había sido él. En muchos aspectos.
Hasta ese día, el matrimonio de Emilio y Ana iba de maravilla, según lo que Allison le contaba porque con él no cruzaba ni media palabra. Se enviaban correos electrónicos, pero siempre tenían que ver con el dinero que le correspondía a Emilio por sus acciones en la empresa. Nada más.
—¿Quieres un trago? —preguntó Raúl, el ceño arrugado.
—Son las nueve de la mañana —lo reprendió Lucía, mirándolo desde su silla.
—Solo uno —contestó César, a punto de carcajearse.
Claro que, el sentimiento de culpa, nunca se iba. Pero aún no reunía las agallas para aceptarlo.
—¿Sabes qué es lo bueno de esto? —dijo Raúl mientras volvía con dos vasos pequeños servidos de licor hasta la mitad. Le extendió uno a César, que se bebió el líquido dorado de un tirón. Cuando miró a su amigo de nuevo, él también se había terminado el trago. Lucía había preferido no mirarlos—. Que, como dice el dicho: mejor tarde que nunca.
El Marqués ya sabía que se estaba refiriendo a su rencilla con Emilio. Y, aunque asintió, y continuó firmando cheque tras cheque, César temió que, para él, ya era más nunca que un simple muy tarde.

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Vértigo
RomansaAl morir Emilio, su hermano mayor César regresa a México luego de no haberle visto durante diez años. Lleno de culpa por nunca buscar una reconciliación con el difunto, accede a ayudar a su cuñada en el manejo de la empresa de la que su hermano era...