Capítulo 23

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M: George Michael - Careless Whisper.



Sí pensó en cerrar la puerta, pero, en lugar de eso lo siguió. Él arrojó su moño a una silla acolchada en un rincón. Dándole la espalda, recargó las manos en un escritorio al fondo, con la cabeza gacha. Ana no pudo evitar sonreír, al verlo con esa reticencia íntima que ella había dejado atrás en el momento en el que aceptó que lo amaba.

—¿Me ayudas con el cierre del vestido? —le preguntó.

Escuchándola, detrás de él, estaban también sus fuerzas. Se irguió lento, provocando que sus ansias se acrecentaran. Cuando la encaró, vio cosas nuevas alumbrando su bonito rostro. En sus ojos había un deseo que casi se podía palpar. Se acercó a pasos cautelosos, remangándose la camisa hasta los codos.

Antes de detenerse, la contorneó y fue hasta la puerta para cerrarla. Dejó sus yemas rozando la madera fría y cerró los párpados al reconocer la idea de que no podía detenerse ni esperar más. Antes de que ella llegara, de que, de nueva cuenta, se le adelantara, poco faltó para que corriera de regreso a su lado.

Sus manos caían a los lados de su cadera y la recorrió con una mirada vehemente. Desabotonó hasta el pecho su camisa y tiró a un lado las cintillas del pantalón que se sujetaban, debajo del saco que también se había quitado, por encima de sus hombros. Ella se dio la vuelta cuando él estuvo frente de sí.

Bajó la cremallera, tan despacio que el ruido de los dientecillos lo hizo espabilar. Su piel tersa y blanquecina quedó al descubierto, otorgándole una vista angelical de la desnudez que había debajo. Alcanzaba a ver el inicio de su braga de color negro, textura de encaje. Las hombreras que servían de tirantes de su vestido, él las tomó y las deslizó con sutileza, hasta hacerlas caer a los lados.

Sintió los labios húmedos de César posarse sobre su piel, en su hombro derecho, y recorrerla tormentosamente hasta llegar a su cuello, donde con una fuerza increíble, que la excitaba, lamió un poco y estiró su pliegue hasta hacer que la epidermis estuviera eriza, sensibilizada. Se giró sobre los talones, dejando sus zapatos a un lado.

Estaba temblando y el frío, del que se había protegido con un abrigo gris, se había ido por completo. Temerosa, soltó el vestido y éste cayó al suelo. No llevaba sostén, por lo que quedó parcialmente desnuda frente a sus ojos, sintiendo cómo él perdía la mirada en su figura esbelta y en las partes todavía escondidas de su cuerpo. Le besó los labios, con necesidad, acercándose todo lo que pudo a él.

Al quitarse la camisa el corazón le dio un vuelco. La playera que llevaba puesta se la sacó por arriba de la cabeza y las manos delicadas, suaves de ella, se colocaron en su tórax. No tenía un cuerpo de revista, pero era tan sano como el de un hombre vigoroso. La repegó a su silueta y ella percibió la virilidad expuesta de él.

César recargó su frente en la de ella y se agachó un poco para pasar su brazo por sus rodillas, detrás de éstas y la cargó hasta recostarla en la cama. Mientras se quitaba el calzado y el pantalón de lino, la observaba; recorría con sus ojos azules las piernas largas, aterciopeladas y sus senos pequeños, pero de apariencia perfecta.

Toda ella era perfecta.

Acostándose a su lado en el mullido colchón, él torturó una sus cimas con paciencia, esperando no lastimarla. La besó lento y poco a poco se colocó más cerca, hasta tenerla debajo, cubierta con prendas lastimeras que ya no servirían de impedimento. Las manos de ella lo recorrían en el cuello, la espalda y lo instaban por la cadera a que pegara su pelvis con la suya, para poder rozarse.

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