Capítulo 11

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M: Sixpence None The Richer - Kiss me.




Lucía, que era amiga de César aparte de ser su asistente y empleada de mayor confianza, tenía muchas ganas de ayudarlo; pero si de algo estaba segura era de que, en los asuntos del corazón, él se mostraba incongruente y a veces un poco infantil. Para entonces, creía que, si acaso se le ocurría mencionar lo obvios que él y Ana se veían, pondría en riesgo su trabajo.

Se secó las manos con una toalla desechable en el baño de mujeres y se vio en el espejo: por el mismo reflejo observó a Karina, su vecina de oficina y secretaria de Ana.

—¿Viste esto? —Le extendió una revista y Lucía la aceptó, extrañada.

Frunció el ceño mientras abría los ojos como platos; la portada de la revista estaba dedicada por entero a su jefe, a sus acciones mayoritarias en Alameda, al cómo se manejaba en el mundo empresarial y la manera escrupulosa con la que se desenvolvía.

—No puede ser —musitó, al tiempo que pasaba una a una las hojas hasta llegar a la página donde se encontraba el artículo completo.

—Dudo mucho de que tu jefe la haya autorizado —Estaba atónita. Muda.

Se apresuró a la salida y no esperó más respuesta. Karina se mordió un labio y apretó su sien. Haría ya algunos diez días, se había enterado de un altercado en la imprenta. Cosa que oyó de los presentes y ahora en la empresa se decía que Ana estaba muy interesada en el Marqués. Rumores aquí y allá se esparcían sobre el pequeño juego de poder que ambos estaban llevando a cabo, y los empleados cercanos eran testigos silenciosos de que aquello no era mentira.

Lucía entró sin miramientos a la oficina que se encontraba contigua a la suya. Dio pasos largos hasta postrarse delante de su jefe; Raúl estaba sentado en la silla frente a él, con la mano en el mentón y un aspecto de haber perdido la paciencia. La miró de pies a cabeza. La mujer tenía piernas largas, las cuales se encargaba de mostrar siempre de forma llamativa.

César enarcó una ceja. Estaba confundido por la actitud de Lucía, porque no era su costumbre usar la insolencia a menudo ni gozaba de abusar de su cargo nunca. Permaneció en silencio, mirando a Raúl y a ella de hito en hito.

—Yo sugiero que te tomes un respiro primero —dijo la mujer por fin—. Luego, lee esto.

El Marqués frunció el ceño y aceptó el número de la revista que la chica le ofrecía. En la portada había una foto suya, una foto cualquiera. Pero no fue eso lo que consiguió molestarlo, sino el encabezado del artículo de negocios acerca de su persona, de su empresa, que él de ninguna manera había aprobado.

—Ni de coña le voy a pasar esto —les espetó en un tono que había reservado durante mucho tiempo.

Raúl se inclinó hacia adelante, le arrancó la revista de las manos y leyó, no sin sentirse al borde de la risa: "El rey de un imperio al alza". Emitió un silbido. Levantó la vista y se encontró con la mirada cuestionante de su amigo, quien mantenía un semblante tranquilo, pero que de inmediato adoptó una postura encolerizada.

Se irguió con delicadeza, rodeó el escritorio y al tiempo que se acomodaba su corbata, como preparándose para dar un discurso, se dirigió a la puerta con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Lucía y Raúl, al comprender lo que sucedía, se limitaron a ir detrás de él.

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